TE JURO QUE ESTABA TODO PREPARADO

Abrió la puerta y nada más verla ya sabía que estaba completamente borracha. “Ay, no sabes cuánto lo siento dijo empleando ese tono inconfundible en que la lengua se empeña en apelmazarse contra el paladar, te juro que lo tenía todo pensado, no sé qué puede haber ocurrido”, mientras sus pies, tropezando entre sí, intentaron en una lección de equilibrio llevarla hasta el salón. Encendió un pitillo y fumó intensamente, precediéndola el humo en su llegada, donde un vaso alargado, presumiblemente lleno de vodka, asomaba sobre la mesa de centro esperando su próxima desaparición tras su alcoholizada garganta. “Ni siquiera le has puesto hielo”, le dije, pero ella no me escuchaba, ni siquiera me miraba, solo intentaba pronunciar sin demasiado éxito frases inconexas para explicar por qué no había ido a la tienda a recoger el disfraz, sacado la comida de la nevera, puesto la mesa, inflado los globos, colocado los CDs de música infantil y colgado las guirnaldas de colores junto al cartel de “FELIZ CUMPLEAÑOS”. “Ni siquiera —repetíhas tenido el mínimo control para ponerle hielo a tu copa”. Me di la vuelta, abrí la puerta y cerré dando un buen portazo, un portazo que explicase por mí que la última fiesta de cumpleaños de Pablo en casa de su madre había concluido ya el año pasado. Un portazo que me ayudase a buscar el argumento perfecto para cambiar de pronto el lugar de la fiesta y excusar a su madre.

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