FUROR

Abrió la botella de tequila. En un platito, colocó unas rodajas de limón y se acercó con la botella, dos vasitos, el plato de limones y un salero.

–Órale, güerita –dijo, sentándose frente a ella y sirviendo tequila en los dos vasos.

Ninguno de los dos dijo una palabra. Los dos iban bebiéndose los vasitos, mojando los limones en sal y chupándolos, sin ceremonias ni orden, simplemente mezclando el limón y la sal con el tequila según su arbitraria apetencia. Los dos bebían al mismo tiempo; cada vez que se vaciaban los vasitos el hombre volvía a llenarlos de nuevo y así ocurrió hasta que la botella de tequila quedó vacía. En el bar hacía un calor húmedo insoportable que había humedecido sus cabellos y sudado las ropas. El vestido de flores de ella tenía las axilas y el escote manchados de sudor, y la mancha en la camiseta de él había llegado hasta la espalda. Un ventilador de techo removía el aire y lo mezclaba con la humedad del sudor para aliviar la sensación de calor.

Los dos fueron a levantarse de la mesa y, con muy mal equilibro, borrachos ya, se tropezaron, cayendo de nuevo sentados en la silla. Se miraron y empezaron a reírse. Él se levantó y llegó a duras penas hasta el aparato de música. Sonó una ranchera. Se acercó a ella y la tomó de la mano. Ella se dejó levantar y se agarró a él. Bailaron muy despacio, muy pegados, sin seguir el ritmo de la música. Él fue acariciándole el cuello hasta acercarse a su mejilla y separarla de su pecho. Ella le sonrió y, mirándose a los ojos, se besaron. Al cerrar los ojos, ella perdió el equilibrio y cayó, arrastrándolo con ella al suelo, donde siguieron besándose apasionadamente, apartándose las ropas, buscándose y encontrándose, penetrándose y sintiéndose el uno del otro. Cuando terminaron permanecieron allí tumbados, como recién caídos. A la mañana siguiente fueron encontrados muertos en esa misma posición, de sendos disparos cometidos por la esposa de él, que había bajado a por una botella de agua al bar cuando apenas acababan de quedarse dormidos. Primero lo mató a él; la güera tuvo apenas un segundo para verlo morir y a su esposa apuntar hacia ella y disparar de nuevo.

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