EL SILENCIO INOPORTUNO

“¿Dónde está tu hermano, dónde está? ¡Dios mío, dilo!”, gritaba zarandeándolo como si tuvieran que caérsele las palabras de la garganta, como si estuviera a punto de atragantarse con ellas. Pero él no dijo nada. Lo había prometido. Lo había jurado por que se muriera si hablaba. Los juramentos son así, hay que respetarlos aunque te zarandeen. Cuando llegaron por fin a la casa abandonada su hermano ya había muerto. Shock anafiláctico. “Hijo de puta, de haber hablado habríamos llegado a tiempo”, le dijo, furiosa y alterada, su propia madre. Tampoco entonces dijo una sola palabra.

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