EL FUTURO QUE NO ACABA EN PRESENTE

Sentada en la terminal, con los pies y las rodillas muy juntos, lo esperaba su muñeca rusa. "Muñequita rusa, muñequita rusa, eres mi preciosa muñequita rusa, me muero por verte y estar contigo". Sobre las rodillas descansaba el bolso de piel acartonada por las reiteradas limpiezas. La falda cortaba por sus piernas a la altura de las rodillas y dejaba salir las pantorrillas que terminaban en unos sencillos zapatos viejos. Su cabello, recogido distraídamente, le daba un aspecto aún más desarreglado. Supo que era ella nada más verla. Él no miró su bolso raído ni sus zapatos gastados, ni siquiera sus piernas tan juntas o las manos cruzadas sobre las rodillas. Solo vio su boca de muñequita rusa, sus gruesos labios rojos sobre su pálido rostro. Sintió deseos de besar esos labios, pero permaneció un rato mirándola en silencio, paladeando su tan cercano futuro junto a ella. De pronto, dos hombres entraron en la sala y se colocaron a ambos lados de ella; uno parecía llevar un arma y acercándola apuntó entre sus costillas. Le hicieron levantarse y se la llevaron, sujeta de los brazos, a su muñeca rusa. Sergio vio como salían y desaparecían para siempre sin moverse, paralizado por el sobresalto y por la visión de aquella arma. Se acercó al asiento vacío que poco antes había ocupado su linda muñeca, se sentó, juntando mucho las piernas y cruzando las manos sobre sus rodillas, y así permaneció durante horas. Nunca más volvió a verla.

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