LA SACA

Todas las mañanas viene el cartero y baja de la furgoneta con su saca. Los niños corretean a su alrededor, curiosos, pero nunca se atreven a tocar. Su gesto grave, circunspecto, abate cualquier intento rebelde. La saca queda en el suelo mientras él entra en el local y avisa de su llegada y, al salir, sigue en el mismo sitio, sin que nadie la haya, aparentemente, tocado. Entonces la agarra por el cuello y la arrastra hasta dentro. Todos los días. Los niños están hartos de no poder hacer nada, de querer sacar algo de ahí adentro, cualquier cosa, por insignificante o carente de sentido que resulte después.

Jacob se agacha y se desliza gateando, casi reptando, debajo de la furgoneta. Lleva un cúter en la mano agarrado muy fuerte y va apoyando la muñeca en el suelo de asfalto para evitar que el cúter toque, blanda o dura, cualquier superficie. Cuando llega al otro lado de la furgoneta apenas alargando el brazo puede tocar la saca. Los niños miran al interior del almacén nerviosos; no pueden ver lo que ocurre dentro, no pueden prever cuándo el cartero saldrá a llevársela. Apremian a Jacob; él asoma el cúter fuera de la furgoneta y con el pulgar abre y desliza hacia fuera la cuchilla. Asegura la pestaña, acerca la mano a la saca y la recorre de derecha a izquierda con el cúter de una rápida pasada. La saca se ha rajado. Jacob tira el cúter en el suelo y mete la mano en el agujero, extrayendo un puñado de documentos y, deslizándose rápido hacia fuera, se levanta y sale corriendo con los demás.

Eduardo, el cartero, sale del almacén. Se extraña de no ver a los chiquillos y hace un gesto de indiferencia. Agarra la saca por el cuello y la empieza a arrastrar hacia la puerta. Con el roce, la saca termina de rajarse y de pronto se vacía ante sus ojos. Algunas cartas salen volando. Eduardo se acerca corriendo a la puerta del almacén y llama violentamente con el puño, corriendo a continuación hacia el montón de documentos para intentar contener su desbandada. Un empleado de correos sale a comprobar quién llama. Pronto hay un grupo de trabajadores intentando recuperar las cartas.

Jacob y sus amigos han abierto todos los sobres. Ninguna carta de amor, de tristeza, de amenazas, de insultos, ninguna carta que aumentara la excitación de los chicos. Han hecho una hoguera y han ido quemando, una a una, todas las cartas. Jacob y sus amigos han pasado una de las mejores mañanas de su vida, aunque con una carta de amor o de amenazas habría sido la mañana perfecta.

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