LOS ZAPATOS DE NUNCA ACABAR

No sabía por qué pero siempre que se calzaba aquellos zapatos pasaba todo el día marcando los pasos, izquierda, izquierda, izquierda-derecha-izquierda, tan impulsivamente, tan obsesivamente que terminó por no volvérselos a poner. Los colocó en el mueble zapatero, en la última balda arrinconados en el lado izquierdo, que era el que menos miraba. Sin embargo, cuando abría el mueble lo primero que hacía siempre era buscarlos con la mirada, como si necesitara comprobar si estaban ahí, y eso le molestaba mucho, pues se sentía obligado a hacerlo por una fuerza ajena e irresistible, lo que le impulsó a ir poco a poco sacando los demás zapatos del mueble y dejándolos por la casa, en el pasillo de entrada, como si acabara de llegar y tuviera los zapatos mojados o manchados de barro, o bajo la cama, escondidos entre cajas y objetos en bolsas cerradas cuyo contenido ya era imposible recordar. Entonces el poder de los zapatos se expandió hacia fuera y un solo vistazo al mueble le recordaba que dentro habían quedado únicamente esos zapatos.

Aquel día por la noche, al escuchar el camión de recogida de muebles viejos, agarró el zapatero y lo bajó. Mientras lo veía alejarse se sintió un tanto grotesco y rio, liberado ya del yugo de aquellos insolentes zapatos. Pero cada vez que escucha el camión pasar por delante de su casa siente un pequeño malestar y se encierra en el baño a esperar a que se pierda a lo lejos.

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