EL RUIDO DE FONDO

No hacía falta que nos dijéramos nada porque sabíamos que el otro lo notaba y al mismo tiempo nosotros lo notábamos en el otro. Sin embargo él me miró y me dijo: “Dios, qué borracho estoy” y yo le contesté: “Yo también”. “Así no podemos irnos a casa”, añadió. Decidimos sentarnos un rato en el coche y charlar hasta que se nos pasara la borrachera. Pero eso era lo que nos decíamos que haríamos mientras nuestra imaginación se dejaba llevar por la conocida reacción afrodisiaca al consumo de alcohol y en el fondo sabíamos que no se iba a tratar de charlar. Así que nos fuimos a su coche, y entramos, y nos sentamos cada uno en su lugar, él en el asiento del conductor y yo en el del copiloto, y empezamos a charlar de cualquier cosa sin importancia, un color favorito, una canción que nos recordaba a algo, cualquier cosa, y no sé quién empezó a dejar que la mano adquiriese su propio movimiento acariciando al otro, creo que fue él quien empezó acariciando mi rodilla, pero casi inmediatamente yo hacía lo mismo con la suya, y él subía por la pierna hacia arriba y yo también subía como si imitara sus movimientos, mientras continuábamos hablando de estilos musicales, de lo que fuera, y él exploraba mis bragas mientras yo bajaba la cremallera de su bragueta, y él me hundía los dedos y yo hurgaba entre sus calzoncillos buscando el camino de salida a su pene duro, y todavía seguíamos hablando de cualquier cosa, de los huevos fritos con patatas, de la salsa mahonesa, daba igual, ya ni sabíamos de qué hablábamos pero seguíamos pronunciando palabras, íbamos bajando el volumen de la voz hasta acabar casi en un susurro, pero seguíamos hablando, como si seguir hablando nos perdonase por todos los demás movimientos, y yo me giré y me senté sobre él, frente a él, en el asiento, y nos besamos, y ahí ya dejamos un momento de hablar porque las lenguas estaban ocupadas jugando la una con la otra, y yo me subía un poco la falda y me apartaba a un lado las bragas y conducía a su pene duro hacia el lugar por el que entrar, y él entraba y ahora no respirábamos bien, nos ahogábamos, pero seguíamos hablando entre susurros y respiración entrecortada, y creo que en ese momento nuestra conversación empezó no sé cómo a tratar sobre la política, y el momento del orgasmo fue sublime porque él era de derechas y yo siempre he sido de izquierdas.

Al terminar, la borrachera ya se había disipado y pudimos marcharnos cada uno a nuestra casa. Cuando recogía mis cosas él empezó a mirar por el suelo y dijo: “No encuentro tus bragas”. Yo le contesté: “Es que no he llegado a quitármelas”, mientras besaba su rostro atónito y con un adiós apresurado salía rápidamente y me iba corriendo hacia mi coche.

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