PERLAS DE BASURA

En la escala de la evolución humana sobresaldría para siempre, sin duda, la espectacular evolución de Carolina. A los 8 años recibió el diploma de honor de su clase; a los 10 años obtuvo el primer premio del concurso de poesía del colegio; a los 20, sin haber terminado aún la carrera de Economía, empezó a trabajar en una sucursal bancaria; a los 23 años fue nombrada directora de la sucursal; a los 25 se convirtió en presidente de la Asociación de Entidades de Crédito de su ciudad; a los 30 comenzó su carrera política con su candidatura a la alcaldía; a los 35 una revista política publicó un rumor sobre su sospechoso manejo de las cuentas bancarias, relacionado con la concejalía que ocupaba; a los 40 fue despedida del banco por malversación de fondos y falsificación de documentos, y detenida por esos delitos; a los 43 entró, condenada, lenta y cabizbaja, en la cárcel de mujeres; a los 50 salió de la cárcel con apenas una pensión de seis meses por sus contribuciones realizando trabajos diversos, pero sus antecedentes, unidos a su edad, le impidieron encontrar empleo. Así fue como, a los 54 años, se especializó en hurgar la basura, encontrar comidas, ropas, pequeños muebles y otros objetos que los demás desechaban. Sabía dónde buscar: tenía una ruta trazada, por un lado en una calle comercial, para capturar los desperdicios que los almacenes tiraban por no tener posibilidades de venta: frutas golpeadas o parcialmente descompuestas, carnes, pescados o lácteos recién caducados, cajas de galletas abiertas o rotas; después, en una zona de clase acomodada, para ver como las niñas, a imagen de sus madres, tiraban juegos, cosméticos, ropas, adornos y muebles por simple aburrimiento, y finalmente, de vuelta a casa, paraba en el contenedor de papel y buscaba libros, revistas y diarios para leer bajo una vela.

Aquel día en el contenedor lleno de preciosidades desechadas por capricho encontró un collar de perlas. Con un paño que había allí mismo, en el contenedor, lo limpió lo mejor que pudo y se lo puso. Se acercó a un coche aparcado y se miró en el retrovisor. Como transportada en el tiempo, de pronto vio reflejada, borrosa entre las lágrimas, a una niña de 8 años el día en que recibió el diploma de honor.

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