EL ZAPATO ROJO

Bajó a la calle con la basura. Al girar la esquina había un zapato rojo de tacón alto, en medio de la acera, lo que le daba una apariencia solitaria. Dejó un momento las bolsas en el suelo y se acercó al zapato rojo. El zapato no estaba demasiado gastado, parecía casi nuevo. Lo agarró y miró en la suela por si conservara aún la información de la talla, pero ya se había borrado. Era un zapato rojo de charol, con un tacón muy alto apoyado en una plataforma de unos dos centímetros. Era cerrado y rojo, muy rojo. Era muy bonito, o al menos así se lo pareció a ella, que lo tuvo un rato en la mano y mientras lo contemplaba dejaba, como la órbita de un planeta, acercarse y alejarse en círculos la intención de probárselo. Lo acercó a su zapato, colocando suela contra suela para medirlo, y comprobó que podía ser de su talla. El impulso de probárselo crecía cada vez más, pero la incertidumbre de quién podía haber tenido ese zapato –y en qué pie– permanecía siempre al final de ese impulso, frenándolo. De pronto, detrás de los contenedores, una pareja se puso en pie, arreglándose la ropa. La chica llevaba una camiseta blanca escotada muy apretada y una minifalda de color rojo. El novio se ajustó la camisa y se abrochó la cremallera del pantalón, se acercó hacia ella, le quitó el zapato de la mano, le dijo: “Es de mi novia, gracias” y se fue de nuevo tras los contenedores. Al momento salieron de la mano y echaron a andar, en sentido contrario, y ella pudo ver alejarse, taconeando, aquellos preciosos zapatos rojos.

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