LA DECISIÓN ROTA

Estaba completamente decidido a decírselo y con esa firme decisión llamó a la puerta.

—Pasa —le dijo—, estaba a punto de acostarme.
—Oh, entonces —comenzó a decir, pero ella lo interrumpió.
—No, no te preocupes. Charlaremos un rato.

Él entró y ella cerró la puerta. Abrió la nevera y sacó dos cervezas. “Gracias”, alcanzó a decir, pero ella ya se había ido hacia su habitación. Al pasar por el salón tras ella su madre dormitaba en el sillón atolondrada por el arrullador sonido de la televisión. Apenas un leve “buenas noches” sonó como un susurro entre conversaciones de personajes que iban y venían por la pantalla. La madre ni siquiera abrió los ojos. Continuó su persecución hasta su habitación; la encontró sin camiseta, en sujetador, revolviendo una silla llena de ropa amontonada en desorden. “Buf, buf”, bufaba, mientras supuestamente buscaba su pijama. Al verla sin camiseta tímidamente se apartó de la puerta, pero ella en seguida le hizo una seña mientras decía “pasa, pasa, no seré la única chica que hayas visto, ¿verdad?”, a lo que él iba a responder pero entonces ella encontró el pijama y exclamó un “¡aquí está!” mientras quitándose el sujetador dejaba al descubierto sus redondos senos durante unos segundos para volver a esconderlos de nuevo bajo el encontrado pijama. Después se quitó los pantalones y quedó en bragas, haciéndole sentir nuevamente incómodo, pero esta vez no se apartó pues ya conocía el argumento. Se puso el pantalón del pijama y se volvió hacia la mesa buscando su cerveza. Dio un largo trago y lo miró sonriente. “Bueno, aquí estás”, le dijo. Él sonrió. Entonces abrió un cajón y sacó un bote de desodorante de hombre. Pulsando el vaporizador impregnó toda la habitación, orientándolo especialmente hacia la cama. Iba a preguntarle qué hacía pero ella pareció intuirlo y le dijo: “me encanta este desodorante porque huele a él, me gusta dormirme oliendo a él”. ¿Él? ¿Cómo él?. En ese momento entró su madre en la habitación y dijo:

—Buenas noches, David. No te ofendas, pero es la hora de dormir. Nuria lleva un estricto horario y lo mejor sería que se fuese ya a descansar.
—¡Mamá! — rezongó ella.

Al salir del portal, cuando arrancó a caminar arrastrando los pies hacia su casa, se escuchó de pronto a sí mismo diciendo en voz alta: “¡Ni siquiera he podido hablar!”.

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