TU NOMBRE PUEBLA TU VIDA

De niña, Elsa tenía unas manos preciosas, con dedos finos y largos, ágiles, delicados y blancos como las teclas de un piano. Como no podía ser de otra manera sus padres la llevaron a clases y pronto se convirtió en una virtuosa. Cuando tocaba parecía como si con sus dedos llenara el piano de música, como si fuera invadiendo suavemente cada tecla y el piano, cómplice, devolviera su plenitud musical llenando la sala de notas que entraban en la piel de los espectadores y viajaban por debajo, erizándola, hasta llegar al corazón, donde la emoción crecía hasta llegar a la mente y devolver el mismo cosquilleo en señal de agradecimiento. Porque el placer de escuchar a aquella niña tocar únicamente podía hacer al oyente sentirse agradecido.

Con sus sublimes y agraciadas manos caminaba Elsa por la vida, de acá para allá, yendo y viniendo, llevándolas al colegio y regresándolas a casa y, con ellas, agarrando bolígrafos, cuadernos, libros, cuentos, muñecas, cubiertos, servilletas, dejando entrar anillos, pulseras, chocándolas contra otras manos o dejándolas calentar bajo las nalgas en la silla de la escuela.

Un día agarró una cazuela de agua que hervía a borbotones con sus ágiles, delicados, largos y finos dedos, blancos como teclas de un piano, tan suaves que se deslizaron y tropezaron derramando toda el agua sobre ellos. Sus gritos se escucharon a través de las teclas del piano y retumbaron en la habitación, expandiéndose hacia fuera, penetrando en la piel de los vecinos, erizando su vello y llegando hasta el corazón para tomar fuerza, subir hasta la mente y provocar sentimientos de horror y tragedia.

Los dedos se retorcieron al son del dolor y quedaron deformes, huesudos, torcidos, rugosos y rosados como el vientre de una geoda. El piano ocupó un solitario y nostálgico rincón de estética romántica.

Un día tuvo un hijo. Lo llamó Frédéric. Le miró las manos al nacer y comprobó sus largos y finos deditos haciendo promesas a sus quemadas manos. Frédéric porque así se llamó Chopin. Frédéric porque sería pianista.

—Papá, ya no quiero tocar más el piano. Me aburro —dijo Frédéric.

Y su padre tuvo que narrarle esta historia.

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