EL AMIGO DEL CONDUCTOR

–Buenas noches.
–Buenas noches. El pase, por favor.
–Soy amigo del conductor.
–Un momento (marca un número de teléfono). Sí, está aquí un amigo del conductor. Perdone, ¿se llama?
–Eugène.
–Euyín. Sí, espero.

El portero mira al amigo del conductor y este al portero, ambos con la misma mezcla de expectación e indiferencia. Al momento, el portero parece recibir una instrucción del otro lado del auricular, asiente y cuelga, haciendo a Eugène un gesto con la cabeza señalando la puerta que le indica que ya puede entrar.

–Gracias –se despide Eugène.

Al cabo de dos horas sale el conductor con tres chicas despampanantes, seguido de un grupo de excursionistas a los que se dispone a llevar hasta su destino. Eugène no está entre ellos.

–¿Y su amigo? –pregunta el portero al conductor.
–¿Qué amigo? –le responde.
–El tal Euyín, ese que ha llegado hace un par de horas.
–No sé a quién te refieres, eso no es conmigo –contesta el conductor, abriendo el minibús para que los excursionistas vayan subiendo–. ¡Chicas, no os vayáis, os voy a dar un viaje en este minibús que no vais a olvidar nunca!

Las chicas ríen y se quedan a su lado esperándolo.

–Pero entonces no entiendo nada –continúa el portero, perplejo ante la desaparición del amigo del conductor. Este lo mira con desagrado, con intención de zanjar el asunto.
–No hay nada que entender, te has equivocado de conductor o de amigo –Y se va al minibús, subiendo al asiento y llamando a las chicas con la mano.

El portero permanece sin saber qué hacer, apoyado en la puerta, cuando sale el último excursionista, a quien aprovecha para preguntar por el amigo del conductor. El último excursionista hace un gesto de indiferencia, grita “¡Ahí ya no queda nadie!” y se va corriendo hacia el minibús. El portero entra en el local. Está vacío. Recorre todas las habitaciones, cuartos de baño, camerinos, escenario. Nada. Eugène ha desaparecido. Vuelve a salir para revisar el autocar de excursionistas, pero el minibús se ha marchado ya. Vuelve a entrar de nuevo y recorre una vez más todas las habitaciones. Al entrar en el WC de señoras observa que la puerta interior no está totalmente abierta y la empuja para abrirla. Un obstáculo al otro lado se lo impide. Es Eugène, con el cuello clavado en el gancho para colgar los bolsos.

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