LAS PALABRAS QUE VEN

Lo conocí en el puesto de cupones. Era ciego, feo, desdentado, con esa afectada simpatía que tiene el ciego del puesto de cupones. Me enamoré de él. Y por alguna extraña razón sufría con su ceguera, imaginaba constantemente su oscuro mundo de no ver nada, de rodear del mismo modo, con la misma actitud indiferente y desvinculada, una fuente de Miguel Ángel que una silla de Ikea. Esa sensación me consumía por dentro y empecé a relatarle detalle a detalle cada elemento del paisaje, cada mueble, planta, ventana, puerta, acera, farola o papelera de cada esquina de cada calle o de cada casa o de cada inhóspito lugar de la Tierra en el que nos encontráramos. Y, como era ciego de nacimiento y él nunca había visto, no podía imaginar los colores, solo las formas, de modo que para completar esa falta me dedicaba yo a armonizar las descripciones que hacía intentando crear una tonalidad con mis palabras: si el azul me inspiraba nostalgia, ternura y evasión; el rojo calor, alegría y hambre; el verde intrepidez, aventura, riesgo; el amarillo desubicación o rebeldía, yo le describía todo lo azul con nostalgia, utilizando un tono etéreo, casi flotante, con adjetivos suaves y acaramelados, o lo verde con intensidad, marcando las palabras, sintiendo el vértigo y la velocidad de mis propias expresiones, o el rojo con sofoco y un poco de dejadez. Conseguí que sintiera lo que yo sentía al ver lo que yo veía, esto es, que viera a través de mí, de mis seleccionadas palabras. Y en ese constante ejercicio de descripción, de entonación, de adjetivos de una clase o de otra mezclados con objetos, formas y lugares, me di cuenta de que ya no podía pararlo, de que lo necesitaba para hablar de cualquier cosa, y empecé a dudar de si realmente estaba enamorada de él o de mis propias palabras. Ahora, después de perderle, me siento tan confusa que no sé si soy dura y recia como el negro de mi vestido o estoy triste y lo añoro como el gris del humo de mi cigarrillo. Ya ni siquiera sé si mis sentimientos son colores o si los colores expresan mis sentimientos, y he llegado a un punto en el que cuando veo algo siento como si fuera ciega y alguien me hubiera estado describiendo el entorno tan nítidamente que mi cerebro hubiera aprendido a interpretar las palabras como si las pronunciaran mis propios ojos.

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