CRUZANDO LÍNEAS

Abrió la puerta con un botellín de cerveza en la mano, masticando un trozo de queso.

-Hola, papá. Pasa, pasa.

El padre entró hasta el salón, seguido por su hijo, que sacó otra cerveza de la nevera y sujetándola en la axila agarró el plato de queso y el abridor y se precipitó hasta alcanzarlo.

-Siéntate; toma, una cerveza.
-Gracias –dijo el padre sentándose en el sillón al tiempo que escrutaba la habitación; la decoración y la pulcritud le confirmaron la capacidad de su hijo para sobrevivir sin la ayuda de sus padres-. Está muy bonito esto –resumió.
-Bueno, a los dos nos gusta la decoración y afortunadamente tenemos los mismos gustos –dijo su hijo sonriente.

Se sentó frente a su padre y con un gesto señaló el queso. Su padre tomó un trozo y comió. Se hizo un extraño silencio.

-Bueno, hijo, cuéntame. Pensé que necesitarías dinero pero no parece ser el problema.
-No lo es, papá, no lo es –dijo, y el silencio que llegó a continuación se hizo incómodo-. Realmente no sé por dónde empezar.
-¿Por el principio? –repuso el padre, intentando distender. Pero su hijo estaba ya ausente intentando encontrar la forma de explicarle la situación.
-Queremos tener un hijo –dijo finalmente.
-Pues me parece una gran idea –sonrió el padre.
-La cuestión no es querer, papá. La verdadera cuestión es poder. Llevamos unos meses intentándolo y no ha ocurrido nada.
-Hay que tener paciencia –interrumpió el padre, pero su hijo no le dejó continuar.
-Lo sé, lo sé, no te preocupes, no necesito un consejo, sino un favor. Déjame continuar, ya he empezado y no quiero parar –su padre asintió con la cabeza sin pronunciar palabra-. La cuestión es que, por asegurar que la paciencia sería una buena estrategia, fuimos al médico y nos hicimos las pruebas de fertilidad. Ángela salió bien, pero yo no. Yo soy estéril.
-¿De verdad? ¿Sin posibilidad de error? –su hijo miró hacia abajo y negó con la cabeza-. Vaya, lo siento.
-Ya, papá, imagino. La cuestión –continuó-, cuando lo supimos, fue decidir qué podíamos hacer. Primero estuvimos pensando en la posibilidad de adoptar, pero Ángela tiene ese instinto de la maternidad y quiere pasar por el embarazo. Además, aparte de que no puedo ser tan cruel como para negarle la posibilidad de ser madre por no tener yo esa opción, teniendo en cuenta que el padre nunca voy a ser yo, es lógico para los dos intentar que al menos la madre sea ella. Eso nos sitúa en la búsqueda de un esperma para inseminarla con él.

Hubo un momento de silencio en el que ninguno de los dos se decidía a continuar. Finalmente el padre tomó la palabra.

-¿Habéis acudido a uno de esos bancos de semen?
-No, papá –de nuevo el silencio volvió a hacerse incómodo-. Hemos estado pensando que al menos nos gustaría que existiese la posibilidad de que se pareciese a mí. Que viniera de mí.
-¿Pero cómo…? –inició el padre, pero de pronto, al mirar a su hijo, vio en sus ojos exactamente lo que estaba queriendo decirle desde el principio y se levantó repentinamente-. ¿Estás, me quieres decir que, te refieres a…? –su hijo asintió con la cabeza.
-¡Papá, no es tan mala idea, sería sangre de tu sangre que es casi como de la mía!
-¡Estás loco! ¡Estás completamente loco! –gritó, y girándose salió rápidamente hacia la puerta, la abrió y se marchó dando un portazo.
-Papá… -acertó a decir en voz muy baja. Ángela asomó desde el dormitorio, donde había permanecido al margen de la conversación, y lo abrazó. Lloraron. Quince minutos más tarde sonó el timbre. Era su padre. “Está bien. Lo haré”. Y los tres se abrazaron riendo entre lágrimas. Pero su padre estaba mirando a Ángela como si le hubiesen dado permiso para acostarse con ella.

1 comentario:

  1. Supongo que habrá algunos suegros a los que les habría hecho ilusión que les ocurriera algo así.
    Eres fenomenal Lucía.
    Un abrazo de primavera.

    ResponderEliminar