LA FRÁGIL MEMORIA QUE TODO LO OLVIDA

Caminaba por la calle y notó como una mujer se quedaba mirándolo. La miró, interesado. Era muy linda. Parecía querer acercarse, pero no se movía. El viento le revolvió los cabellos y ella se los apartó rápidamente para no perderlo de vista. Por fin, se decidió a acercarse. Con una sonrisa le preguntó: “¿Me recuerdas?”. Él mintió y dijo: “Un poco, deja que haga memoria”. Ella le ayudó: “Fue en aquel bar de Huertas. Después fuimos a tu casa”. Él volvió a mentir: “Ah, sí, ya recuerdo. ¿Qué tal estás?”. “Bien. Te eché de menos un tiempo. Dijiste que me llamarías pero nunca lo hiciste”. “Vaya, lo siento. Todo tiene solución, puedo llamarte mañana. Incluso podría llamarte ahora mismo”, dijo entre sonrisas comprometidas, sacando el teléfono del bolsillo. “No, gracias, no creo que lo hicieras. Ni tampoco que conserves el número, ni que recuerdes siquiera mi nombre. De hecho no recuerdas nada, lo noto, no tienes ni idea de qué te hablo. Estuve en tu casa, te besé, te toqué, estuvimos tan cerca tan cerca que en un momento nos mezclamos el uno con el otro y entraste en mí, me sentiste y me disfrutaste, pero no, tú no recuerdas nada”. La conversación se había vuelto incómoda. No sabía qué decir; ella tenía razón, no podía recordar nada de aquella noche y eso, sin llegar a sorprenderle del todo –estaría borracho, supuso–, le intrigaba. Entonces se obró el milagro. Ella dijo: “¿Sigues viviendo en la calle Lope de Vega?”. Él asintió con la cabeza mientras le decía: “Lo siento, tengo que dejarte, me están esperando. Ha sido un placer, lo siento de verdad. Mucha suerte”. Y se alejó corriendo sin darle tiempo a contestar, dejándola allí clavada, con el recuerdo intacto, huyendo como si tuviera un destino, cuando lo que realmente ocurría es que él nunca había vivido en la calle Lope de Vega.

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