LA PASIÓN DECRECIENTE

El chef sentía una gran pasión por la cocina. Era minucioso, se esmeraba en preparar bien todos los platos, en ocuparlos con las cantidades exactas de cada ingrediente, en colocarlos en el plato; salía a la sala y comprobaba personalmente si los clientes quedaban satisfechos. Su restaurante tenía éxito. Cada nuevo plato que decidía incorporar al menú era delicadamente elaborado, con exquisitez, con pasión, y con esa misma pasión devorado por los consumidores. Un día un cliente le trajo un libro con todo tipo de información calórica. “Estoy a régimen”, le dijo, y le entregó el libro por si sería posible que creara un menú especial bajo en calorías. Al chef le pareció una buena idea y pasó la siguiente semana realizando los cálculos calóricos de todos los platos de su carta; cuando terminó, dominaba las correspondencias y podía improvisar un cálculo con anotar únicamente los ingredientes y el tipo de proceso: cocción, asado, fritura. La semana siguiente la pasó intentando montar un menú de menos de 1000 calorías. Cuando lo logró, su nuevo reto fue reducirlo a 500. Lo más difícil no solo era combinar los ingredientes para lograr un plato delicioso, sino conseguir que al terminar de comer el interesado tuviera sensación de saciedad. Pero lo lograba, de modo que pasó a intentarlo con 250. Fue mucho más complicado, pues se producía una contradicción entre la variedad, la calidad y la cantidad, de modo que si una aumentaba las otras dos se veían desplazadas, casi sin esfuerzo, del menú. De este modo creó los menús “CASI”: ideó un revuelto de ajetes casi sin huevo, un filete de ternera casi sin ternera, una crema con sabor a buey de mar sin buey de mar, una “mouse” de cochinillo con más aire que cochinillo... Ideó platos cuya descripción, leída, ya avivaba el deseo de comerlos. Y eso ayudaba a saciar el apetito, pues el deseo de comer, si no es satisfecho inmediatamente, acaba por comportarse como el propio alimento. Bajo este argumento los platos comenzaron a retrasar su salida y entre el primer plato y el segundo pasaba más tiempo del recomendable. Poco a poco el descenso calórico llegó a su punto máximo y el día en que se descubrió intentando crear un menú de cero calorías lloró amargamente sobre la mesa de la cocina porque sabía que la salida de ese plato tendría que retrasarse para siempre y ya nunca podría volver a cocinar.

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