SEXO CONSENTIDO Y SIN SENTIDO

Abrió la puerta y entró. “Con permiso”. El director se quedó mirándola de arriba abajo mientras se inclinaba a buscar los dossieres en el armario. La postura le ajustó la falda, marcando sus curvas. Al salir, el director miró a su colega y dijo: “Qué buena está, ¿eh?”.

Por la tarde ella se levantó a recoger el abrigo y él la vio caminar desde su despacho. Levantó el teléfono y marcó su número. “Tengo un par de cosas urgentes, ¿podrías quedarte un rato?”. Resignada, volvió a colgar el abrigo de nuevo en el perchero.

-Pasa, pasa –le dijo cuando, una vez terminado el trabajo y enviado el archivo, entró a despedirse-, repasemos todo un momento, por favor. No quiero dejar cabos sueltos. Siéntate –Y acomodó junto a él una silla que le ofreció sonriendo.

Ella se sentó. Él la miró lascivo, tan lascivo que ella pudo sentir su mirada paseándose por su cuerpo. Se acomodó en la silla y tiró de la falda hacia abajo todo lo que pudo. Pero la mirada de él no paraba de tirar de la falda en sentido contrario. Hubo un silencio que le hizo sentirse aún más incómoda, mientras que se podía percibir en el aire la excitación de él. Hablaron unos segundos del trabajo, aclarando conceptos, y finalmente él interrumpió la conversación para mirarla y decirle: “es un trabajo excelente, eres muy buena”, a lo que ella respondió casi balbuceando un tímido “gracias”, y él añadió: “sé que llegarás muy alto en esta empresa; lo veo en las personas y yo nunca fallo”, esta vez ya acercando su mano hacia el cabello de ella, que entre halagada y atemorizada sonreía sin moverse, pues el miedo le empujaba hacia atrás pero con la misma fuerza el halago tiraba de ella hasta hacerla permanecer inmóvil, con un leve temblor que aún excitaba más al director. Entonces él siguió mirándola pero ya no hablaba, solo dejaba que su mano se hundiera aún más en su pelo, hacia atrás, sobre el cuello que dejó salir un leve estremecimiento, y él atacó con la otra mano, colocándola en la pierna, mirándola, acercándose a ella, que aún estaba tan quieta como una estatua, petrificada por la invasión, mirando hacia delante por más que el director se encontrara a su lado, con las piernas en tensión en la misma postura que habría adquirido un maniquí en la silla de un escaparate, y él deslizaba ya la mano por debajo de su falda y entonces ella reaccionó y lo miró pero antes de apartarle la mano él ya estaba anidándose en su boca, dejando entrar su lengua y pasearse entre sus dientes, y ella volvió a su quietud mientras él ya tenía la mano entre su sexo, de pronto ella no sabía cómo había logrado esquivar sus medias, toda su ropa interior, cómo la mano que estaba en el cuello ya se deslizaba hacia abajo por el escote y entraba hasta su seno derecho, y ella con los ojos abiertos intentaba encontrar un punto de referencia que la sacara de aquella horrible experiencia, un cuadro con unos dibujos a lápiz de piezas mecánicas colgado sobre la mesa, dejándole tirar de la falda hacia arriba, tal y como había hecho con la mirada, pero esta vez con las manos, permitiéndole levantarla de la silla e inclinarla de espaldas sobre la mesa, no impidiéndole separar sus piernas para penetrarla, mirando una vez más el cuadro y examinando cada pieza dibujada línea a línea, su colocación en el plano, las tres dimensiones y las perspectivas, mientras escuchaba los suspiros de él junto a su oído y se canturreaba una canción cualquiera internamente para ignorarlos, para olvidar lo que estaba ocurriendo ya incluso mientras estaba ocurriendo, dejándole hacer, porque asumía que si no le dejaba hacer su prometedor futuro se habría acabado para siempre.

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