LA SOMBRA DE LA HIGUERA

Con la forma de la sombra de un árbol, creada mediante la toma de imágenes desde la propia copa de ese árbol, conectamos el circuito y se creó una fina película de calor que no era visible al ojo humano, salvo por un pequeño hilo de color rojo que aparecía en el borde ante las leves variaciones de la forma en la sombra, al ser el árbol movido levemente por el aire. De haber escogido un objeto inerte ni siquiera podría apreciarse esa línea, pero el árbol nos pareció más divertido. A partir de ese momento, las personas que estuvieran en un lado del árbol —dentro del dibujo proyectado por la sombra— tendrían una presión atmosférica diferente a los de fuera, y esa presión estaría separada por la película eléctrica, que a un mismo tiempo calentaría el aire de la propia película aumentando esa presión. La sensación sería como si se creara una pantalla invisible que impediría a los que se encontrasen dentro salir del hueco sin que la presión atmosférica aumentase de tal forma que la sensación sería de congelación.

Como les indicaron, todos los participantes se colocaron bajo aquella extrañamente enorme higuera. De pronto, una nube tapó el sol y la luz se volvió tenue; se escucharon unos truenos a lo lejos, la sombra de la higuera desapareció por un instante y volvió de nuevo a aparecer junto con el sol. Ahora el límite de la sombra tenía un extraño color rojizo, como si alguien hubiese recortado la sombra para volver a colocarla y le hubiese quedado una línea de otro color alrededor. Una de las mujeres se dio cuenta y se acercó a ese límite para tocarlo. Acercó la mano al suelo y al ir a tocar la línea roja que separaba la sombra del sol, como si fuera la línea de un rayo láser, se quemó el dedo. Después de chupárselo para calmar el dolor, intentó sacar la mano fuera de la sombra, pero notó como si una fuerza se lo impidiera, además de que su mano empezó a echar humo y sintió cómo se le quemaba por completo. A sus gritos de dolor acudieron otras mujeres. Una de ellas fue a sacar el pie y la suela de su zapato también empezó a humear. Pronto todos los participantes estaban en el límite de la sombra intentando salir sin quemarse. Uno de ellos tomó impulso y corrió hacia fuera, pero una extraña fuerza volvió a empujarlo dentro, quemándole la nariz, una mano y parte del pantalón y los zapatos. El pánico se apoderó de todos. El coordinador, que estaba al otro lado, se acercó, a instancias de los demás, para probar a meter la mano dentro de la sombra de la higuera. Al meter tímidamente el dedo notó que se le helaba y lo retiró rápidamente y a tiempo, pues una extraña fuerza tiraba de él hacia dentro.

Algo había fallado, de modo que el efecto que se produjo fue exactamente el contrario: para los de dentro el aire adquirió una presión menor y eso hizo que se enfriase el perímetro, calentándose en el exterior, de tal modo que al intentar salir se producía una quemadura y viceversa, es decir, quien intentase entrar dentro se congelaría, aunque ocurriría únicamente en el espacio y tiempo correspondientes a la permanencia en esa película. El descubrimiento y la constatación de su funcionamiento nos hizo abrazarnos y bailar alocadamente, mientras el grupo de personas que habían escogido para realizar el experimento se quemaban intentando huir de allí, pues a la variación de presión se unía un aislamiento que generaba una fuerza centrípeta que los devolvía dentro del hueco y les hacía imposible salir. Por eso el coordinador, que se había quedado en el exterior, al acercar la mano había estado a punto de ser tragado —y congelado— hacia dentro.

Murieron tres personas en el intento, justo antes de que reaccionáramos y fuéramos capaces de cortar la corriente para acudir en su ayuda. La prisión a la que nos condenaron por homicidio imprudente realizó un proyecto piloto para sustituir los barrotes tradicionales por esta fina película instalándola en nuestras propias celdas. Y aquello nos pareció justo.

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