SIN VIGILIA

El traqueteo del tren la adormeció. Con los ojos cerrados, notando el peso de los párpados, se dejó balancear por el rítmico choque de las ruedas contra los raíles, dejando entrar, aún consciente de la realidad, personajes y momentos de otro tiempo, de otros lugares, que fueron tomando su mente y desechando poco a poco el momento en que se encontraba. A pesar de ello y, como digo, consciente de la realidad, luchaba por permanecer alerta y de vez en cuando dejaba asomar un ojo que comprobaba que todo seguía transcurriendo normalmente con o sin su lucidez.

En una de las ocasiones en las que levantó un párpado para dejar hacer a su ojo las oportunas comprobaciones se encontró con un hombre sentado a su lado. Se sobresaltó, echando la cabeza hacia atrás hasta chocarla contra el cristal de la ventana; el hombre sonrió y le preguntó si se había hecho daño. Ella negó con la cabeza, pero notó el chichón inflarse sobre la nuca.

El hombre era rubio, delgado, de ojos verdes y cabellos lacios algo más largos de lo que se espera en un hombre vestido con un traje azul marino de confección. Entre sus cabellos, bajando desde lo alto de las orejas, asomaban unas gruesas patillas que igualmente desentonaban con la indumentaria, que terminaba con una corbata granate y una camisa azul celeste. Apenas lo miró un segundo y ya sintió su magnetismo. Él aún sonreía y la miró a los labios. Se sintió intimidada y sonrió también. Entonces él acercó su mano derecha por encima de ella y la apoyó en su cadera, justo entre la pared del vagón y el principio de su pierna. Ella se estremeció pero no quiso moverse. Mientras tanto él, con la otra mano, le sujetó la barbilla y la acercó suavemente hasta besar su boca. Ella sintió cómo un escalofrío recorría su espalda y se dejó besar. Notó un cosquilleo en su pierna; todo era cálido, suave y excitante. Después él se fue retirando despacio y la miró, aún sonriente. De pronto se levantó, abrió la puerta del vagón y salió, perdiéndose por el pasillo. El tren llegó a la estación y se detuvo. Se escucharon las notas del xilófono de los anuncios por megafonía. Ella abrió los ojos y se incorporó en el asiento. Miró a su alrededor, hasta fijarse en su bolso abierto. El monedero había desaparecido.

Cuando quiso describir en la estación al ladrón se dio cuenta de que recordaba a Robert Redford. Nunca supo qué había sido lo soñado y qué lo real, salvo el robo. Y el beso, aquel beso inolvidable, nunca supo si fue soñado o vivido.

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