Tengo doce cuernos de seis caracoles
y cada uno de ellos tiene un par de soles.
Veinticuatro ojos siempre vigilantes
que nunca han logrado descubrirte antes.
Y llegas, salvaje, con tu zapatilla
y cascas sus casas contra la gravilla.
Pobres caracoles, no tienen rescate
ni para cazuela con ajo y tomate.
Al menos las babas dejarán su huella
en esta calleja a orillas del Sella.
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