HAY AMORES QUE MANCHAN

En el restaurante, llega el camarero con la paella. Estrella se levanta recordando que no se ha lavado las manos y desaparece por el pasillo en dirección a los lavabos de señoras. Fernando, nervioso, juguetea con el anillo en el bolsillo de su chaqueta, haciéndolo girar entre los dedos. El camarero sirve los platos, deja la paellera a un lado de la mesa con el arroz sobrante y desaparece por la puerta de la cocina. Fernando observa el plato de paella y de pronto siente una disparatada inspiración: agarra la cigala del plato de Estrella y, sujetándola por la cola, le desliza el anillo hasta encajarlo a la altura de la cabeza. La cigala tiene ahora un precioso anillo de oro con un brillante engarzado en forma de flor. “Está guapísima”, piensa Fernando mientras va a colocar la cigala de nuevo en el centro del plato de paella, pero justo cuando va a allanar el arroz en el plato para dejar la cigala sobre él, protagonizándolo, sale Estrella al fondo desde el pasillo y Fernando abandona la cigala quedando ésta revuelta entre el resto de ingredientes en un salón de baile improvisado en el que apocadas gambas, sonrientes almejas, soberbios mejillones y una muchedumbre de granos de arroz por la que los guisantes pasean en franca minoría se mueven al ritmo de la música del local. Fernando disimula y comienza a comer. Estrella también come, aparentemente sin fijarse en la cigala vestida de oro y brillantes. Va apartando la cigala a un lado, como dejándola para el final; Fernando está nervioso pero no quiere decir nada para no estropear el mágico momento. El arroz se está acabando y Fernando no puede más; no parece que Estrella sienta interés por la cigala y empieza a dudar de que vaya a comérsela. No puede aguantar y le pregunta: “¿no te gustan las cigalas?”, “sí”, responde ella, “pero es que mi cigala tiene un anillo insertado”. “¿Ah, sí?”, disimula Fernando, “sácalo a ver cómo es”, “no me atrevo, podría ser de una mujer que ha muerto en el mar y su anillo se ha insertado de alguna manera en la cigala”, “no sé, eso me parece muy retorcido, también puede ser, mucho más fácil, que lo haya puesto yo ahí”, “¿pero para qué ibas a hacer esa estupidez?”, “porque te quiero”, “¡anda ya, no digas bobadas, ese anillo no es tuyo!”, “que sí, lo juro, sácalo y lee la inscripción del interior”, ella saca el anillo y lee, y se levanta y grita y saltando de alegría se acerca a Fernando y lo abraza, con las manos manchadas de cigala sujeta su cara y lo besa apasionada, alocadamente, poniéndose el anillo y comprobando que está hecho a su medida, tocándolo todo con las manos sucias de cigala, acariciando su nuca, impregnando su chaqueta, pringando sus orejas.

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