EL PASILLO DE SILENCIO

David estaba aburrido y dedicó unos minutos a examinar el pasillo del área de Oncología. Aquel pasillo lleno de gente, familiares y enfermos sentados en las sillas esperando cualquier cosa, una consulta o una aclaración médica o el detalle de los últimos avances o retrocesos, unos deseando que terminara la hora de la tortuosa visita para huir del no saber qué decir, cómo animar, cómo cambiar de tema y desviar los pensamientos del otro, salir a la calle corriendo y notar el aire entrando por la nariz y limpiando la angustia, otros deseando ver entrar por la puerta a una enfermera envuelta en una aureola con un papel anulando el diagnóstico y pidiendo perdón, señor, ha sido una confusión, no sabemos cómo puede haber ocurrido, aunque ustedes se llamaran igual debimos haberles identificado utilizando el carnet o cualquier otro documento, hasta una fotografía, puede usted vestirse, pero qué hace, señor, qué bobo, ande, no baile, le comprendo, qué felicidad saberse libre de esto, menos mal que hemos llegado a tiempo. David permaneció sentado diez o quince minutos observando las tristes sonrisas y los susurros; después se levantó, despacio, y agarrándose a la percha del suero echó a andar hacia el otro lado, vagando entre los pasillos del hospital hasta llegar a uno que estaba completamente vacío. En todas las puertas había un símbolo negro, una especie de flor envuelta en un círculo que reconoció como el símbolo de la radiación. En lo alto del marco de la puerta de entrada al pasillo se leía “Diagnóstico por imagen”. David entró y se sentó en una silla; decidió que se quedaría allí sentado hasta que pasara alguien, jugando a cronometrar el tiempo transcurrido hasta ese momento. Al cabo de media hora empezó a sentirse mal. Tenía el estómago revuelto y le entraron ganas de vomitar. Miró su reloj y comprobó que llevaba allí treinta minutos. Miró a ambos lados, pero seguía sin haber nadie. Se sintió mareado. Intentó levantarse, pero le fallaron las fuerzas. El silencio era tan absoluto que ni siquiera se oyó a sí mismo cuando resbaló hacia un lado y cayó de la silla, tirado en el suelo, soltándosele la aguja del suero unos segundos antes de quedar inconsciente.

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