EL HUEVO DE AGUA

Aquella mujer parecía impasible ante los gritos y ajetreos de los cuatro niños que la acompañaban, a los que ni siquiera miraba mientras empujaba el carrito por el pasillo del centro comercial. Al llegar a los huevos, llamó a uno de ellos: Pedrito, venga, trae el bote y la jeringa, dijo, y el niño, como si le hubieran tocado un resorte o pulsado un botón, pasó de revoltoso y alocado a serio y concentrado en su responsabilidad. Se acercó con un bote de cristal y una jeringuilla vacía que llevaba en el bolsillo. Otro de los niños los vio y se acercó corriendo con una botella de agua que había tomado del estante. El niño entregó la jeringuilla a su madre y abrió el bote. La mujer clavó la jeringuilla en un huevo y tiró del émbolo hacia fuera. La jeringa se llenó rápidamente con el contenido del huevo. El niño estaba a su lado y estiró el brazo con el bote abierto. Sin sacar la aguja del huevo, extrajo la jeringuilla y vació el contenido en el bote. Después introdujo la jeringuilla en la botella de agua y la llenó, volviendo a colocarla en la aguja clavada en el huevo y vaciándola después. Y repitió la operación hasta que el bote de cristal estuvo lleno de huevo. El niño cerró el bote y todos volvieron a la primera frase de este párrafo hasta salir por la puerta sobre la cual había un cartel en el que se leía: “Salida sin compra”. Y era cierto, porque los huevos que se estaban llevando sin duda no habían sido ni iban a ser comprados nunca.

María colocó la sartén en el fuego. Cuando el aceite empezó a humear, cascó el primer huevo y lo dejó caer. El huevo empezó a borbotonear; después, cascó el segundo huevo y, cuando fue a echarlo junto al otro, contempló sorprendida como caía sobre él, en lugar de otro huevo, un chorro de agua mineral sin gas.

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