AQUILES Y LA TORTUGA

Ver caminar a aquel ancianito era como recrear el mito de Aquiles y la tortuga: parecía imposible que llegara al final del camino, pues para ello habría antes de alcanzar la mitad de este, y para llegar a esa mitad debería antes recorrer la mitad de la mitad y así infinitamente hasta encontrar al anciano de pie, detenido, apenas empezando a destruir ese mito lentamente, a pasos cortos, con una elegante pose ancianil, una mano en el riñón izquierdo, la otra mano apoyada en el bastón, dejando la espalda encorvada descansando sobre él, un pie ligeramente adelantado, el otro que parece que se levanta del suelo pero solo lo hace aparentemente, arrastrando hasta llegar ligeramente delante del otro, descansando de la tarea para comenzar el pie derecho la réplica, el intento de elevarse y el desplazamiento lento, arrastrándose por el suelo hasta alcanzar y sobrepasar levemente el otro pie. Y al final el banco y cómo ligeramente se voltea, gira arrastrando los dos pies como agujas de reloj hasta colocarse de espaldas a él y empezar un desplazamiento aún más lento hasta doblar las rodillas y dejarse caer sentado, abrazando apenas el bastón que tanto apoyo le concede día a día. Aquiles nunca alcanzó a la tortuga, fue la tortuga, con su lento desplazar, la que alcanzó a Aquiles. Como la vida acaba siempre alcanzando a la muerte, aunque sea lentamente, tiernamente. ¿O es quizá la muerte la que alcanza a la vida, ralentizada por la edad hasta pararse?

No hay comentarios:

Publicar un comentario