EL OLOR DE LA ASFIXIA

Se abrió el ascensor. Dentro, el aire estaba tan cargado de un fuerte perfume floral que todos nos quedamos un momento dudando, para finalmente entrar, ante la posibilidad de tener que esperar al siguiente ascensor más de lo que nuestros apretados ajustes horarios nos permitían. Piso 24. El ascensor comenzó a subir. El aire estaba tan cargado que resultaba muy difícil mantener la respiración. Un hombre a mi izquierda empezó a toser. La mujer que lo acompañaba, en un acto de solidaridad psicosomática, también comenzó a toser y pronto, hacia el piso noveno, todos estábamos ahogados y el ascensor parecía una sinfonía de toses diferentes: agudas, graves, bronquíticas, laríngeas, entrecortadas, profundas, a intervalos o constantes. Saqué un pañuelo de papel del bolsillo y me lo coloqué, a modo de mascarilla, delante de la nariz y la boca, pero no pareció funcionar: poco antes de perder el conocimiento comprendí cómo se sienten las moscas al rociarlas con insecticida.

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