IMPULSO OBSESIVO

Loreto llevaba el jersey mal colocado. Lo vio desde el principio, cuando llegaron a la esquina de la calle Mayor y se encontraron con sus amigos. Ella se dio la vuelta y pudo ver asomar, en el lado derecho, cayendo sobre su riñón, desairándole, la cascada de punto rojo que indicaba que un error que había que enmendar le perseguiría y obsesionaría durante toda la noche. Caminaron por la calle hasta el restaurante; él iba tras ella, hablando con Paula, pero no estaba prestando ninguna atención a la conversación, a la que solo aportaba asertos y movimientos de cabeza para simular la escucha, sino al chorro de lana desplazado de su correcta posición para dejarse ver, en un exasperante afán de protagonismo.

Al llegar al restaurante se sentaron y por un momento él, esperanzado, perdió el contacto visual con la prenda mal colocada, pero Loreto y Blanca se cambiaron el sitio y se sentó junto a él, a su izquierda, lo que le permitía adivinar, con solo una mirada de reojo, el trozo de jersey sobrante que había que esconder bajo la falda para recuperar la armonía estética. La cena transcurrió cordial y alegre, excepto para él, que no paraba de cerciorarse a cada momento de que el trozo de jersey sobrante seguía ahí afuera. “Estás muy callado”, le dijo Loreto, y él tan solo se sintió capaz de asentir y responder con un escueto “no es nada”. El camarero estaba a punto de acercarse a tomar nota de los postres cuando Loreto se levantó y anunció que iba al baño. Paula la acompañó y ambas dejaron instrucciones a sus amigos acerca del postre que iban a tomar. El camarero llegó y tomó nota de los postres. La ausencia de Loreto de pronto lo ayudó a olvidar la desagradable obsesión que le había producido un leve dolor ocular de tanto mirar hacia la izquierda y lo devolvió a la conversación fluida y alegre. Cuando las chicas volvieron del baño y se sentaron en la silla, Domingo no pudo evitar echar un vistazo para comprobar el estado del jersey. Por fin. Colocado. Domingo se levantó, titubeante, como si no supiera cómo había que reaccionar; Loreto se levantó también y le preguntó si se encontraba bien; se produjo un silencio en la mesa; entonces él la atrajo hacia sí, la besó y le dijo: “te quiero”. Todos se encogieron de hombros y pidieron café.

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