CUIDADO CON LOS PERROS

Al bajarse del coche vio aquellos perros, una vez más revolviendo entre las bolsas de basura. “¡Quia, quia!”, gritó, chasqueando la lengua contra el paladar. Los perros levantaron la vista hacia ella y, sin que sus gestos despertaran en ellos ningún temor, volvieron a su tarea. Su madre le sugirió que utilizase la llave de las ruedas del coche para ahuyentarlos. Cuando se acercó con la llave, gritando “fueras” entre chasquidos, los perros reaccionaron y se fueron. Uno de ellos, el último, llevaba un trofeo en la boca. “¡Dios mío, mamá, es un pie humano!”. Elsa buscó en el bolso su teléfono y llamó inmediatamente a la policía, al tiempo que cedía la llave a su madre y corría tras los perros para no perderlos de vista. Su madre se acercó a la basura entre temerosa e intrigada y comenzó a observar las bolsas rotas sin tocar nada, separándolas con la llave, por si había más partes de ese cuerpo entre los restos de verduras, cáscaras de plátano, polvos de café, migas de pan y pelusas. No había nada a simple vista. En la acera de enfrente, un hombre salía de su casa con una bolsa de basura cuando vio a la mujer y se paró en seco, girándose a continuación y volviendo a entrar de nuevo. La madre de Elsa observó perpleja estos bruscos movimientos, lo que convirtió al vecino en sospechoso de asesinato. Al rato escuchó la voz de su hija llamándola y fue a buscarla. El perro había soltado el pie, que había quedado tirado sobre la hierba. Ninguna de las dos se atrevía a agarrarlo, de modo que las dos se quedaron mirándolo absortas suponiendo que la policía llegaría en breve y sabría qué hacer con ese pie. Media hora después, madre e hija seguían junto al pie y Elsa llamaba de nuevo a la policía. “Lo siento, señora, pero en la dirección que nos ha dicho no había nadie, supusimos que era una falsa llamada”. En ese momento madre e hija vieron salir de nuevo al vecino con la bolsa de basura. La madre dio un codazo a Elsa y le dijo: “ése es”. El vecino caminó en línea recta hacia ellas; al pasar junto a los contenedores de basura, que estaban en la mitad del trayecto, dejó caer la bolsa en uno de ellos sin detenerse. Elsa dio un pequeño grito y las dos salieron corriendo aterrorizadas; el hombre se agachó, tomó el pie con la mano y se fue con él hasta su casa, cerrando la puerta. Al rato salió de nuevo con otra bolsa de basura, la echó al contenedor y volvió a entrar. Elsa y su madre lo miraban todo escondidas tras la pared de una de las casas de la calle. Media hora más tarde, la policía seguía sin llegar. Elsa miró a su madre y dijo: “Mamá, ¿puedo dormir hoy en tu casa?”.

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