EL FLACO FAVOR

Me pasó de repente. Miré a aquel tipo, un vendedor de tres al cuarto, con su sudor en la frente, su camisa mal abrochada, su también mal colocado, casi desgarbado traje y su regalo insignificante, utilizando un argumento personal para venderme una colección de libros al hablarme de su esposa y su recién nacido hijo y de lo mal que lo estaban pasando, todos pendientes –y aun dependientes– de sus estériles ventas, y me pareció repugnante. De repente pensé que el tipo debería tener un seguro de vida y le abordé al respecto, haciéndome pasar por colega, como quien hace “contraventa”. Nunca sabré si era o no cierto que tenía un seguro de vida o me lo dijo para evitar mi consiguiente tentativa, pero cuando, excusándome en una cerveza, me lo llevé a la cocina y le clavé el cuchillo, juro que solo pensaba en su pobre mujer y su hijo recién nacido, felices por verse libres al fin de un tipejo tan desagradable y a un mismo tiempo felices también con su doble pensión y la indemnización del seguro de vida. Me costó limpiarlo todo, bajar al tipo a la calle y dejarlo allí tirado en el suelo, abandonado como si hubiera sido asaltado en ese conflictivo lugar habitualmente lleno de marginales víctimas de la sociedad. En ese momento no fui consciente de que ya no sangraba y eso haría a los policías de la brigada de inteligencia averiguar que había sido acuchillado en otro lugar. Vinieron a casa a preguntar, pues yo era su penúltima visita, y les invité a pasar. Una rememoración cinéfila me hizo ofrecerles una cerveza en la misma jarra que había usado con mi víctima, y viendo beber a aquel policía tuve que contener la risa.

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