EL BARCO

Esperaron a JT y bajaron los tres hasta el muelle. El barco estaba envuelto en una completa oscuridad: ninguna farola parecía funcionar a su alrededor. Despacio, interrumpidos por un constante chistarse unos a otros procurando mantenerse en silencio, llegaron hasta la popa, de donde colgaba una escala de cuerda a la que se anudaban estrechos listones de madera. RG, el más resuelto, agarró la escala y comenzó a subir despacio. Mientras, los otros dos hacían esfuerzos por escuchar posibles voces o ruidos de gente acercándose al advertir su presencia o haciendo la ronda. Pero el sonido más elevado que se escuchaba, aparte del mar golpeando suavemente el barco, era el de los pies de RG subiendo a duras penas por la escala hasta llegar a cubierta. Una vez arriba RG se echó al suelo y con el brazo los llamó. JT subió a continuación, seguido de AM, que casi le hizo perder el equilibrio al precipitarse y comenzar a subir antes de tiempo, tal era su nerviosismo al saberse solo allí abajo. Cuando estuvieron los tres en cubierta el silencio fue absoluto y solo se comunicaron mediante signos. RG dirigía al grupo y señaló una puerta en la parte de atrás. Se acercaron en silencio hasta ella y la entreabrieron muy despacio, sin esfuerzo. RG metió la cabeza y escuchó durante un rato. No parecía haber nadie allí, pues el silencio era absoluto. Entraron. Dentro tampoco había mucha luz, pero afortunadamente sus pupilas ya se habían habituado y pudieron ver un estrecho y corto pasillo a cuyo final había unas escaleras. RG bajó el primer escalón, que sonó un poco, pues era metálico; esperaron unos segundos y, tras no escuchar nada, continuaron bajando con extremo sigilo hasta abajo. Al llegar abajo un largo pasillo se abría a su derecha, lleno de puertas a los lados. Algunas estaban abiertas y otras cerradas. No había luz, ni en el pasillo ni en las habitaciones abiertas ni tras las rendijas de las cerradas. El barco parecía estar vacío.

Los niños no se atrevieron a abrir las puertas cerradas, pero sí curiosearon tras las abiertas. Habitaciones raídas de un viejo barco abandonado. Olor a óxido y aire cargado de partículas. Alguna silla vieja y rota era todo el mobiliario del barco. En la última habitación había también una mesa y un resto de una estantería cuyas repisas reposaban incompletas en sus paredes, aún sujetas por tornillos carcomidos por el óxido. Al entrar en aquella habitación JT susurró muy bajito: “¿Y si lo interesante está tras las puertas cerradas?”. RG asintió. AM negaba moviendo el dedo muy rápidamente a los lados. “Miedica”, murmuró RG en su oído tan bajo que JT no lo oyó.

RG y JT salieron al pasillo de nuevo. Se acercaron a la primera puerta. Miraron por debajo, comprobando a través de la rendija que no había más luz que allí afuera. Pegaron el oído. No se escuchaba nada. Giraron el picaporte muy despacio. Empujaron la puerta. Se abrió sin dificultad. Dentro, otra sala vacía como la que acababan de ver, quizá con más muebles: una cómoda sucia y rallada, un sillón roto por el que asomaban grandes muelles metálicos oxidados, un estrecho armario sin puertas y dentro de él, sobre una de las repisas, trapos viejos rotos. Una pelota de tenis pelada y ennegrecida descansaba en una esquina. RG la cogió, la lanzó al aire y volvió a cogerla de nuevo. JT lo miró asombrado y le hizo una seña tapándose la boca con el dedo índice. Salieron de allí. Llegaron a la siguiente puerta, bajo la que tampoco parecía haber luz. Al apoyar los oídos tras la puerta, sintieron un escalofrío: se escuchaba un murmullo suave, fantasmagórico. Se miraron. JT se giró y fue a buscar a AM para marcharse. Al volver a pasar por la puerta, RG continuaba allí. JT le hizo un gesto con la mano para marcarle la salida. Pero RG los miró y, de pronto, sonriendo burlón, fue a girar el picaporte para abrir la puerta. El picaporte no giró. JT y AM lo miraron petrificados. Sin haberse dado cuenta se habían dado la mano. RG vio un agujero en el picaporte que le señalaba por dónde podía forzar la puerta. Metió la mano en el bolsillo, sacó un alambre y con la otra mano mandó callar a los chicos. Muy despacio insertó el alambre en el agujero y lo fue girando haciendo presión hasta que el picaporte cedió y giró. Tenía una malévola mirada, una risa sarcástica que parecía burlarse de sus amigos. Entonces abrió la puerta de par en par, rápidamente. Había entre ochenta y cien personas aterradas apretujadas en el fondo de la habitación. RG se asustó y gritó, y JT y AM gritaron también. Entonces se produjo un grito en masa, todos aquellos orientales –apreció RG de pronto– comenzaron a chillar también y JT y AM salieron corriendo hasta la escalera, seguidos de RG y éste a su vez seguido por aquella muchedumbre de chinos huyendo de su cautiverio. Al llegar a cubierta no se fijaron en si había alguien o no, sencillamente corrieron hasta la escala, pero esta había desaparecido. Al fondo, desde proa, se acercaron dos hombres gritando en un extraño idioma que no entendieron. Solo un segundo antes de que les dispararan RG se volvió a sus amigos y gritó: “¡Lo siento!”.

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