LA VERDADERA HISTORIA EVOLUTIVA

El fenómeno ocurrió de la forma más tonta inimaginable; aquella niña llegó hasta la orilla agarrada de una mano a la de su madre y de la otra a su cucurucho de helado de fresa natural. Natural, en este helado, significaba que la heladera había lavado las fresas, las había triturado y mezclado con leche y finalmente había batido muy bien la mezcla hasta alcanzar una crema que había congelado lentamente, removiéndola cada media hora hasta lograr la congelación. La madre tiraba de la mano de su hija, que a duras penas lograba seguirla y, aún peor, sujetar su cucurucho. En uno de los tirones de su madre, la niña no pudo controlar el equilibrio de su mano derecha y la bola de fresa cayó sobre la arena, que inmediatamente quedó absorbida por una ola que acababa de romper a sus pies.

La bola de fresa duró apenas unos segundos antes de diluirse en el agua. Al hacerlo, diminutas pepitas de fresa se expandieron por el fondo del mar. En circunstancias normales no habría ocurrido nada, pero aquel día, quizá debido a la temperatura del agua, o a las corrientes, o a las propiedades de la arena, o a la proyección de los rayos del sol sobre ellas, de pronto dos de las pepitas dejaron salir una pequeña planta que sorprendentemente fue capaz de sobrevivir y, más aún, crecer y arraigar bajo el agua salada. Al año siguiente esas dos pequeñas plantas se abrieron en dos esquejes, y al año siguiente se multiplicaron por cinco; después por diez, poblando el suelo del mar con sus verdes colores. Cinco años más tarde comenzaron a dejar salir unas diminutas fresas rojas. El fenómeno era completamente nuevo, ya que las fresas, mezcladas con el agua salada del mar, tenían un original y divergente sabor que resultaba exquisito para los peces. El fondo del mar, hasta entonces cubierto de verde, se llenó de pequeños lunares rojos.

Los peces comenzaron a picotear aquellas pequeñas fresas. La fructosa, los ácidos, las vitaminas, nuevos alimentos, a la postre, penetraron por primera vez en sus acuáticos organismos y provocaron también nuevos cambios en su constitución y por lo tanto en la evolución de la especie. Las aletas superiores se alargaron para ayudar a los peces a apartar las hojas de las frutas; la cabeza se fue redondeando para dejar crecer al cerebro, cuya memoria fue mejorando gracias a las vitaminas. El rostro y la parte superior del cuerpo se fueron asemejando, sorprendentemente, al humano, manteniéndose la otra parte adaptada a la vida en el agua.

Y así fue como realmente se originaron las sirenas.

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