EL IRRESISTIBLE INFLUJO DEL BLUES

Todo fue extraño desde el principio, nada más nacer. Sus pies parecían aletas de pez, aunque eran pies de carne humana y huesos. “Como una sirena, una sirenita”, dijo su madre entre sollozos e hipos. Los cirujanos estudiaron la posibilidad de operar para “crear” unos pies, o al menos la apariencia de unos pies, pero la estructura ósea no lo permitió. Cuando fue bebé no hubo demasiados problemas, pues los patucos tapaban la vergüenza paterna, pero después, cuando ya iba teniendo edad para andar y no le era posible sostenerse de pie, volvieron de  nuevo a probar nuevos médicos y buscar nuevas soluciones. Un día su madre lo dejó solo un momento en la bañera para abrir la puerta y, al volver, lo encontró completamente sumergido dentro del agua. Asustada, fue a sacarlo corriendo cuando se dio cuenta de que estaba respirando, de que podía respirar dentro del agua.

Hasta ese momento nunca había hablado, pero al sacar la cabeza del agua comenzó a cantar una melodía tan extraordinariamente hermosa que su madre se sintió desfallecer.

Sentado en su sillita sus padres lo llevaron hasta el mar. Al verlo, el niño comenzó a gritar y a reír con una alegría a la que sucumbieron. Lo vieron alejarse nadando a saltos como un delfín. No sabían cuándo volverían a verlo, pero sabían una cosa: ese era su entorno. Allí podría ser feliz.

Cada año, en el día de su cumpleaños, sus padres viajaban hasta la orilla del mar y lo veían pasar a saltos entre los delfines.

Un día, saltando, nadando, llegó desde el mar del Norte hasta la costa Este de los Estados Unidos, atraído por un lejano sonido tan extraordinario que por más lejano que sonara superaba en belleza la de cualquiera de sus propios cantos. Así fue como entró, sorteando la península de Florida, al Golfo de México y por el río Mississippi hasta New Orleans. Tuvo que salir del río para escuchar mejor el cálido sonido de aquella música. Tuvo que cortarse los pies para poder hacerse pasar por un ser humano. Tuvo que arrastrarse en una silla de ruedas a partir de entonces. Tuvo que mendigar, sentado en su silla de ruedas, para conseguir una guitarra. Tuvo que sacrificarlo todo.

Se había enamorado del blues para siempre. Sus padres ya nunca volvieron a verlo.

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