EL CORPIÑO

Cuando Giggi entró en la habitación sólo se fijó en aquel precioso corpiño. Era de encaje negro e insertados a largas y cruzadas puntadas llevaba dos lazos de seda de color rosado. Las varillas arqueadas hacia el interior anunciaban el lugar que debía ocupar la cintura. Su firmeza y al mismo tiempo su delicada semitransparencia le daban un aire elegante y al mismo tiempo libidinoso. Era perfecto.

Lo agarró con las dos manos y extendió los brazos frente a sí. Después se lo colocó delante del pecho y se miró al espejo. Durante un rato en el mundo sólo existía aquel corpiño y ella. Comenzó a quitarse la camisa para probárselo, sin dejar de mirarlo, como si al mirar hacia otro lado fuera a desaparecer. No veía nada más.

De hecho, no vio la mesa redonda con aquel precioso jarrón lleno de flores.

No vio la ventana abierta por la que entraba una brisa suave que mecía las cortinas.

No vio el petate arrojado despreocupadamente al suelo, junto a la puerta.

No vio la silla caída hacia un lado de la mesa.

No vio el cuchillo abandonado en el suelo junto a la silla caída, desde cuya mancha salía un reguero de sangre.

No vio el reguero de sangre que acababa en un rebosante charco.

No vio la mano junto al charco de sangre que continuaba en un brazo y éste a su vez en un hombro que se extendía hacia abajo transformándose en una cintura acuchillada, de donde parecía haber brotado aquel rebosante charco, y más adelante en unas piernas abiertas tan inertes como el resto de los muebles; y un hombro que se extendía hacia arriba formando un cuello del que brotaba, inmóvil, la cabeza marchita de su amado y recién asesinado Mark.

Tampoco vio la sombra de una mujer al otro lado de la puerta del W.C.

Ni vio cómo la mujer se agachaba sigilosamente y agarraba el cuchillo abandonado junto a la silla con sorprendente firmeza y determinación.

No vio cómo la mujer se levantaba del suelo cuchillo en mano y abandonando aquel sigilo se lo clavaba en una vértebra, provocando su inmediata pérdida de equilibrio y su inevitable caída.

Ya ni siquiera pudo volver a ver aquel precioso corpiño.

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