LA NOTA

Al entrar en la habitación, un insoportable olor a podrido impedía apreciar con claridad lo que había en ella para señalar el lugar donde se encontraba el omnipresente cadáver. Tumbado boca abajo, con la boca apretada contra la alfombra, como si hubiera caído sobre ella para saborearla de forma tan absurda como la propia postura adquirida en la caída, con el culo en pompa, las rodillas dobladas hacia dentro y los pies apoyados en las puntas, el gran tamaño del cadáver daba a la habitación un aspecto encogido. Mientras todos se tapaban la nariz, Josué entró como si el olor no le afectara, acostumbrado ya a esa y otras desagradables podredumbres, y se agachó para ver de cerca el rostro, algo raído. Al agacharse su vista tropezó con un papel que el fallecido agarraba fuertemente con la mano derecha. Se colocó los guantes e intentó tirar del papel, pero estaba fuertemente aprisionado entre los encajados dedos del cadáver, de modo que primero desencajó los huesos de la mano para que el papel cayera, inerte, sobre la alfombra; recogió el papel, lo desdobló con cuidado y leyó: "A quien pueda interesar: No deben culpar a nadie de mi muerte; si bien es cierto que mi intención no es matarme, sino llamar la atención sobre mi desgracia y mi soledad, es muy posible que no sea capaz de calcular bien la dosis que me hará entrar en ese estado anterior al de la muerte por suicidio. Por eso les pido que, si me encuentran vivo, me salven, con todos los instrumentos a su alcance, con pasión y vehemencia, pero si me encuentran muerto, en fin, si me encuentran muerto, ¿a mí qué me importa si me encuentran muerto? Ya no serviré para nada".

—Qué extraña nota de suicidio —dijo Josué, tendiendo el papel a su compañero.

—Sí —dijo su compañero, tras leerla—. Resulta que el tipo no tiene ningún teléfono en la agenda. No parece conocer a nadie. Creo que estaba más solo de lo que podía permitirse.

—Eso parece —respondió Josué, levantándose, y, quitándose los guantes, salió de la habitación.

Al cerrar la puerta se escuchó un estruendo. Volvieron a abrirla para comprobar que el cadáver se había desplomado hacia un lado. "Mierda, Esteban, ahora tendremos que explicar esto", dijo Josué. Esteban levantó las cejas con indiferencia.

—Venga, vamos a tomar una caña.

—Pues sí, porque tengo el olor ese en la garganta. A ver si con una cervecita se me quita...

No hay comentarios:

Publicar un comentario