CANCIÓN DE CUNA PARA SUEÑOS CORTADOS


Después de una temporada envuelto en tremendas pesadillas, el día en que se despertó antes de que su pesadilla alcanzase ese momento en el que el sobresalto nos salva de morir de terror se sintió mucho mejor. Desde ese día todos sus sueños se cortaban justo a la mitad. Le pareció una buena solución a sus problemas y no le dio importancia, pero más adelante comenzó a sentir curiosidad por saber lo que no estaba soñando. Entonces comenzó a tomar píldoras para dormir con la esperanza de continuar soñando aun a riesgo de que el final fuese, como había sido en los últimos meses, otra pesadilla. Pero fue en vano, siguió despertándose a la mitad de cada sueño. Cada vez le costaba más volverse a dormir; intentaba retomar el sueño por donde lo había dejado al despertar, repasaba todo lo que recordaba para que el sueño volviera a entrar espontáneamente en su cabeza, una y otra vez, pero era imposible, no ocurría nada. Y fue aumentando la dosis de pastillas hasta que un día por fin logró dormirse completamente.

En la callejuela varias mujeres conversaban apoyadas junto a la puerta de un bar. Por sus enormes pechos sobresaliendo de sus grandes escotes se imaginó que eran prostitutas. Entró en ese bar, pidió un whisky con hielo y se sentó en la barra. Era el único cliente allí. Una de las mujeres que había visto en la puerta entró, se sentó junto a él, pidió una copa, lo miró sonriente y le dijo: “¿me invitas?”. Él asintió con la cabeza. La mujer se tomó la copa de un trago y pidió otra. Él la miraba. Ella acercó su mano al cuello y le pasó el dedo por la nuca. “¿Cuánto?”, dijo él. “Qué importa el dinero, chato, estoy segura de que podrás pagarlo”, dijo, y le agarró de la mano tirando de él hacia dentro del bar, metiéndose por una puerta que daba a un pasillo con unas escaleras que al subir llevaban a otro pasillo lleno de puertas. Pasó delante de dos o tres habitaciones abiertas; en una de ellas, una mujer que se ajustaba las medias sentada en la cama lo miró y le tiró un beso. Siguieron hasta casi el final del pasillo para entrar, finalmente, en una de las últimas alcobas; nada más entrar, la mujer se abrió la camisa y de ella surgieron unos enormes pechos. Se acercó a él y metió su cabeza entre ellos. “Ven aquí, mi pequeñín, mamita te canta una nana para que duermas y ya no despiertes más... La, la, la, la, la, la, la, la, la, la, la, la, la...”.

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