EL COLOMBICIDA


El patio estaba apestado de palomas. Esto era un hecho que los vecinos parecían eludir, pero muy evidente por sus inconfundibles y corrosivas huellas; había teñido de blanco los troncos de los árboles; ensuciaba una y otra vez las coladas vecinales; había salpicado el suelo de excrementos mezclados unos con otros de tal forma que el patio parecía una enorme alfombra de huevos fritos; pero, sobre todo, se escuchaba un constante arrullar que irritaba los ánimos. Por eso cuando empezaron a aparecer las palomas muertas ningún vecino pareció molestarse, antes bien se sintieron aliviados por haber encontrado, al fin, a alguien con la suficiente sangre fría como para decidirse a eliminarlas.

Todos los días el patio amanecía con una hilera de palomas muertas, colocadas en fila, como si el asesino las hubiera alineado al igual que se alinean los condenados ante el pelotón de fusilamiento. Nadie había visto nada, nadie había escuchado ningún ruido; en algún momento de la noche el asesino, furtivamente, las colocaba allí y se marchaba. Parecía imposible que en aquel patio al que daban las ventanas de seis portales con diez viviendas en cada uno, esto es, un total de sesenta viviendas, nadie hubiera visto nada. Cierto es que tampoco habían establecido turnos u organizado algún tipo de plan para atrapar al colombicida, puesto que todos los vecinos, en el fondo, simpatizaban con él.

Las palomas fueron desapareciendo, a razón de unas ocho o diez diarias, hasta que ese número comenzó a descender: cinco, cuatro, tres, dos, pues ya no había palomas suficientes para aniquilar. Un día solo apareció una paloma; al día siguiente, todo el vecindario se reunió escandalizado: en vez de palomas aquella mañana amanecieron los dos gatos color canela de Rosita, la vecina del portal 4, y el pequeño yorkshire de la solitaria mujer del 3 con la que nadie recordaba haber hablado nunca. La confusión fue grandísima; los vecinos gritaban y hacían aspavientos sin decidir qué acciones tomar y, al mismo tiempo, miraban a los demás buscando su culpabilidad. Finalmente decidieron establecer una vigilancia para atrapar al asesino. Alguien llevó café para los elegidos. Diez vecinos estuvieron toda la noche asomados a sus ventanas en espera del momento decisivo; diez vecinos de los cuales ocho cayeron profundamente dormidos, tras haber tomado café descafeinado mezclado con somníferos, al pie de la ventana, mientras que, de los dos que quedaban, el único que no había tomado café, insomne, era asesinado por el otro, quien lo colocaba en el centro del patio junto a un bull terrier de color blanco con una mancha oscura en el ojo derecho, un siamés, un periquito y el bebé de la vecina del portal 1, segundo B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario