LA DISYUNTIVA

Flint se cayó al suelo de bruces. Íbamos andando los cuatro, a paso más o menos ligero, sin llegar a correr; teníamos prisa porque Jacinto se había dejado, supuestamente, la llave del gas abierta y eso le angustiaba hasta tal punto que sin darnos cuenta nos había envuelto en su propia preocupación. Cuando Flint cayó todos nos quedamos mirándolo paralizados por la sorpresa. Por fin Sara reaccionó y se echó hacia él para ayudarlo a levantarse. Jacinto y yo nos miramos y a continuación miramos a Sara; Flint no se movía. De pronto apareció un charquito de sangre bajo su boca. Sara nos miró con cara de pánico y el gesto fue contagioso porque tanto todos nosotros como la gente que se estaba parando a nuestro alrededor teníamos la misma cara. Sara salió corriendo hacia la calle, como buscando una ambulancia entre los coches que pasaban; Jacinto se acercó a Flint y le puso la mano en el cuello para tomarle el pulso, que no lograba encontrar. Yo miré a mi alrededor y me di cuenta de que los ocasionales espectadores me estaban mirando como si hubiese llegado mi turno de actuación, de modo que busqué en mi bolsillo, saqué el teléfono y marqué el número de emergencias. Aún no habían descolgado cuando por fin Flint comenzó a moverse. Jacinto gritó llamando a Sara mientras él se incorporaba y escupía sangre frotándose la mandíbula. Escupió, entre la sangre, unas cuantas blasfemias y finalmente se levantó. Jacinto parecía preocupado por él pero no paraba de mirar hacia delante, como si repasara mentalmente el camino hacia su llave del gas abierta. Sara hizo un chiste y reímos un poco. El público fortuito se diluyó y yo, para no comprometer a Jacinto, dije: “vamos, continuemos, que Jacinto está preocupado”. Echamos a andar de nuevo, algo más despacio. Jacinto iba caminando como caminan los perros cuando acaban de salir a la calle, tirando de la correa, mirando hacia atrás a la busca de una complicidad que no hallaba porque Flint no estaba bien, había palidecido y caminaba alicaído, con los hombros apuntando hacia el suelo, y Sara lo agarraba del brazo preocupada, de modo que poco a poco se estaban deteniendo. Yo dije: “venga, que ya casi estamos” y en ese momento sonó una fuerte explosión. “¡Mierda, mierda, mierda, mierda!”, gritó Jacinto y salió corriendo. Le seguimos más despacio. Cuando llegamos al portal había un enorme agujero en la fachada de su casa y el caos reinaba en la calle. Yo no sabía adónde mirar, porque en ese momento Flint perdió el conocimiento y cayó al suelo sin que el impotente brazo de Sara pudiera impedirlo.

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