EL PIANO (desde una frase de Isabel Castells)

Una vez más, las teclas desafinadas del piano no presagiaban nada bueno. Se levantó, bruscamente, lo que alertó al gato, que se acercó como si respondiera a una llamada, y ya estaba él abriendo la tapa para mirar en su interior cuando el gato dio un salto que hizo sonar con cuatro o cinco teclas las notas de una melodía accidental pero igualmente desafinada. Asomados los dos, el gato y él, desde el hueco, podían ver los martillos que salían de la parte de atrás de cada tecla hacia una, dos o tres cuerdas, dependiendo de su tesitura, y al otro lado las cuerdas, que bajaban hacia el suelo y se perdían en la oscuridad. De pronto el gato hizo un movimiento: había visto algo que los ojos de los gatos ven antes que los humanos, pues él no distinguía nada a partir de un punto; el gato se encaramó un poco más, asomando la cabeza completamente y las patas delanteras. Tal y como estaba colocado su cuerpo se había estirado tanto, desde el atril de la tapa hasta lo alto del piano, como se estira el elástico de los tirachinas, que se imaginó el estallido del gato si se soltara, arrugándose como un acordeón, como los gatos de cómic, y estaba tan distraído que de pronto el gato saltó dentro del piano y no supo reaccionar. Miró atónito hacia dentro donde solo veía una sombra y escuchó sus bufidos y otros gritos agudos que no parecían ser del mismo animal. Algunas cuerdas estallaron, dando su última nota estentórea, y la lucha continuó allí abajo, en una oscuridad que la perplejidad hacía imposible suplir con la imaginación. Por fin se hizo el silencio. Entonces el gato comenzó a saltar para subir sin encontrar apoyo suficiente. De pronto se le ocurrió ir a buscar una linterna; salió corriendo hacia la habitación y volvió inmediatamente con la linterna en la mano. La encendió, enfocó hacia dentro y entonces vio a su gato, ayudado por la luz, encaramarse entre las paredes del piano y subir, triunfante, para dar un último salto bajando por las teclas –algunas ya no sonaron– hasta el suelo y desapareciendo por la cocina con un ratón entre sus dientes.

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