EL ARREPENTIMIENTO ESTÉRIL (desde una frase de Raquel Fernández)

Nunca pensé que esto acabaría así. Por eso quizá no había tenido tiempo de preparar la reacción correcta y me enfurecí. Y eso empeoró aún más la situación porque justo cuando los policías entraron a detenerme yo destruía el local, sobrecargado de adrenalina, furioso, lanzando con rabia platos, vasos, copas que se estrellaban contra el suelo y disparaban sus pequeños trocitos de cristal contra las paredes y los muebles. Los agentes de policía agacharon las cabezas y se cubrieron con sus gorras; yo les vi entrar, pero en ese momento ya sabía que eran ellos y, lejos de detenerme, comencé a arrancar el marco de la barra, a partir las banquetas, lanzando los trozos de madera contra ellos, que intentaban avanzar entre los objetos como se avanza en el bosque durante una tormenta de granizo. De ningún modo permitiría que quedara algo para los demás; no se aprovecharían de mí. Uno de los policías echó mano de su transmisor de radio y pidió ayuda. Mientras, entre los dos intentaban sujetarme los brazos para colocarme las esposas. Y aún me agitaba entre ellos como un pez en una cesta cuando me llevaron hasta el coche y me obligaron a entrar.

Aquella noche, en el calabozo, estar allí solo por alguna extraña razón fue precisamente lo que me ayudó a olvidarme de mí mismo para ponerme en el lugar de ellos. Solo tendría que haberles prestado un poco de atención, haber intentado comprender su punto de vista, y quizá no habría tenido que acabar así. Pero ya era tarde para solucionarlo: yo estaba en la cárcel y ellos ya no querían negociar conmigo, sino perderme de vista.

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