EL SENTIDO DEL AMOR (desde una frase de León Tolstoi)

Estaba casi dormido cuando le distrajo el ruido de la puerta que se abría y de unos pasos en la antesala. ¿Quién sería a esas horas? Luchó durante unos segundos entre olvidar lo que acababa de escuchar y volver a dormirse o levantarse; después pensó que sin duda tendría que hacer esto último, dado que era el único habitante en la casa con capacidad para recibir a las visitas. De hecho, sin apenas moverse, esperó a que Boris le avisara, pues si el intempestivo visitante había entrado debía de ser por haber insistido, ya que en caso contrario Boris le habría persuadido de la situación y emplazado para otro momento mejor. Pasó un rato, no sabría decir si cinco minutos o quince, en el que oyó los susurros de una voz grave luchar contra el volumen cuchicheando una larga conversación que no parecía terminar nunca. Finalmente se hizo un silencio. Aún esperaba que Boris apareciera, pero no lo hizo, de modo que finalmente decidió levantarse y comprobar qué estaba sucediendo, entre intrigado e irritado.

Nada más abrir la puerta encontró a Boris, quien le bloqueó el paso comenzando, entre tartamudeos, a explicarle la situación. Al parecer Ana, la esposa de su vecino, había irrumpido en la casa afirmando tener una relación secreta con el señor y, amenazando con gritar, había sido invitada irremediablemente a entrar. Desde ese instante tanto Boris como Lucía, el ama de llaves, habían estado intentando razonar con ella sin éxito. En aquel momento permanecía en la biblioteca en espera del señor. Boris había subido sin saber bien qué hacer, porque su deber era no molestar al señor con tonterías como aquella pero habían agotado todas las vías y no habían logrado solucionar el problema.

Roland entró en la biblioteca y cerró la puerta tras de sí. Boris y Lucía corrieron cuidadosamente hacia la puerta. Solo se oyó el arrastrar de la tela del vestido de Lucía por el suelo. Después, el más absoluto silencio. Lucía y Boris, aguzando el oído, únicamente utilizando ese sentido y despreciando los demás, se miraban sin verse. Pasó un rato, quizá quince minutos esta vez, sin que oyeran nada. Los oídos, agotados, se relajaron, y en ese momento Lucía y Boris se miraron de verdad, como si se vieran por primera vez, allí de frente, apoyados en la puerta tras la que no se escuchaba absolutamente nada. Y entonces Boris besó a Lucía y, cerrando los ojos, los dos se dejaron llevar por un nuevo sentido y sintieron la suavidad del calor de sus bocas. “Sabes a fresa”, le dijo Boris muy suave como si quisiera jugar a los cinco sentidos. “Y tú hueles a sexo”, le susurró Lucía, cómplice.

Al otro lado de la puerta Roland y Ana también jugaban.

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