EL HOMBRE DEL MAPA (desde una frase de Conan Doyle)

Mire este mapa. Es torpe y carece de detalles, pero esa marca cerca de la esquina inferior –señaló la esquina con el dedo– es la que me interesa mostrarle. ¿Qué diría usted que significa esa marca?
–No sé, señor. Quizá quien dibujó este mapa estaba comiendo y manchó el papel con grasa.
–No, no, no, no, no. Esto es una marca. Quien quiera que hiciera este mapa quería marcar este punto. Y eso es lo que me dice que hay algo ahí metido. ¿Un tesoro quizá? Me encantaría saberlo, pero ni siquiera veo bien cuando me peino, menos aún para ir hasta ese lugar. ¿A usted le interesaría?
–Quizá.
–Escuche: hagamos un trato. Yo le doy este mapa, usted va allí y lo que encuentre en esa marca lo repartimos a partes iguales.
–No parece un mal trato –respondió, y en sus ojos despertó de pronto una mueca de avaricia–. Acepto. Venga ese mapa.
–La cuestión es cómo entregarle a usted este mapa y estar seguro de que cuando encuentre el tesoro volverá para darme la mitad –saltó de pronto el hombre del mapa–. Compréndalo, apenas nos conocemos.
–Claro, claro, lo comprendo.
–Quizá si usted me da también algo valioso a mí los dos estaríamos en igualdad de condiciones.
–¿Por ejemplo?
–Ese reloj parece de oro.
–Efectivamente, es de oro. ¿Pero qué ocurrirá si bajo esa marca no hay ningún tesoro? Usted puede apropiarse de mi reloj y desaparecer. Compréndalo –repitió con cierta ironía–, apenas nos conocemos.
–Cierto –Y en su gesto se adivinaba el desencanto–. Quizá podamos encontrar una solución válida para los dos. Ni siquiera el reloj es una buena solución, puede que el tesoro que usted encuentre sea más valioso. En fin, pensaré en algo.

El hombre del mapa se giró y salió. El otro hombre lo miró salir. Los dos tenían la misma sonrisa ladeada, astuta, socarrona.

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