EL EFEBO

Paseando ante las estatuas llega hasta la de un efebo. Se acerca, lo mira bien, casi lo examina, le acerca los dedos como si lo acariciara, sin tocarlo. Después gira la cabeza a los lados esperando no encontrar ningún vigilante y finalmente lo besa en la boca. Su beso es largo, cálido y blando, pero el efebo permanece inmóvil; sus labios son fríos y su mirada indiferente.

–Amor mío, no quisiera tener que culpar al mármol de tu desgana; bésame con más ardor, dame todo tu ser, arde por dentro como arde mi alma al verte. Bésame como si fueras a despertar, como si dentro de ti descansara el corazón de un ser humano –dice en voz alta. Y lo besa de nuevo. El vigilante entra y la encuentra agarrada a la estatua del efebo, fundiendo sus labios con los labios de mármol y acariciando sus marmóreas orejas con sus delicadas manos. El vigilante sabe que debe apartarla de ahí, pero no se siente capaz. Prefiere salir a buscar ayuda pues prevé una escena de agitación, gritos y camisa de fuerza.

Cuando vuelve la mujer aún sigue besando al efebo. Dos guardias lo acompañan. Sin decir ni una sola palabra agarran a la mujer por los brazos y la levantan, apartándola del efebo lentamente hasta quedar solo sus labios unidos a los de él y dar el último tirón. Ella cierra los ojos, agacha la cabeza y se deja arrastrar, sin hablar, por los guardias. El vigilante la ve alejarse y respira aliviado.

Al volverse a mirar al efebo arquea las cejas, sorprendido. ¿Sonreía antes esta estatua? Corre hasta su puesto y abre el catálogo nervioso. Sí, sonreía levemente, tan levemente como ahora continúa sonriendo. Y le angustia el hecho de haber creído posible por un momento que un efebo de mármol sonría después de un apasionado beso.

1 comentario:

  1. AAAAayyyyyyyy.
    Me has hecho suspirar Lucía.
    El efebo no sabía como te llamabas que si lo llega a saber seguro que sonríe. Lucía.
    Qué alegría volver a leerte.

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