EL REINO BIPOLAR

La mujer torero pelaba patatas cuando un ruido la sacó de su aletargada tarea. Se acercó a la ventana, sin soltar el cuchillo, y se encaramó un poco para ver mejor. Por la colina, apurado y sudoroso, subía a grandes zancadas el hombre bala. Sonrió tiernamente. En el jardín, el hombre rana regaba las plantas mientras, con sus tijeras de podar, se entretenía en recortar las ramas con primor, como si de ella misma se tratase, la mujer barbuda. Junto a ellos, el hombre elefante y la mujer florero preparaban las mesas para comer. A la entrada, el hombre invisible pasaba el rastrillo por el césped retirando las hojas secas, las colillas, los papeles y otras inmundicias. En el salón la mujer fatal preparaba los cócteles para el aperitivo y el hombre lobo charlaba animadamente con la mujer vampiro. Había un innegable flirteo entre ellos.

Un poco más tarde, tan solo unos minutos, el hombre araña y la mujer pública regresaron, tras hacer algunas compras de última hora. En ese momento, como si hubiese estado esperándolas, el hombre objeto se acercó a la barbacoa y encendió el fuego.

El hombre mosca llegó hasta el equipo de música y encendió el aparato. Sonaba una canción de Hombres G ; tendió su mano hacia la mujer pantera y bailaron.

Comieron y bebieron. Rieron y bailaron. Era un precioso día de verano.

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