ABSTRACTO

Lejos de allí, en el centro geográfico del cataclismo, apenas a unos kilómetros, o quizá a unos metros, a lo lejos sobresalía una enorme amalgama. La visión era impresionante, grandiosa, colorida y luminosa, como si se hubieran unido la furia del color y los salvajes rayos de luz estallando en un gran borbotón que lo envolvía todo. En aquella rebelión contra la realidad cotidiana, el sonido no parecía venir de ninguna parte y al mismo tiempo rellenaba el aire con su silbido. Un sonido abierto, en continua expansión, que abrazaba el entorno como si quisiera poner una dulce voz a aquella lluvia cromática. Podía uno acercarse o alejarse de aquel lugar tan acogedor como inhabitable sin sentir estar realizando ninguna de las dos acciones para sí, pues el “dónde” se había quedado, como el “qué” o el “cuándo”, abandonado en otro lugar, en otro momento, postergado, retrasado, rescindido a un espacio de tiempo indeterminado. Todo aquello no era nada y al mismo tiempo era un todo; un todo, quizá, un tanto anonadado. Era absurdo y hermoso, intenso y apagado, estimulante y adormecedor. Pero era, estaba allí, existía y, sin embargo y sobre todo, era etéreo.

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