EL ÚLTIMO CANTO

Muchas veces le habían dicho que no se acercara tanto al micro pero él no le había dado ninguna importancia. Aquel día se acercó tanto al micro que lo envolvió con sus labios como si quisiera comérselo. Al acercarse tanto, abriendo bien la boca para agrandar el canal por el que empujar el aire contra las cuerdas y hacerlas vibrar hasta ese buscado Do sobreagudo, el micrófono se abrió como una flor, agrietándose, quizá por un fenómeno de dilatación proveniente del chorro de aire caliente que salía impulsado con fuerza desde su diafragma, y de él salieron unas plateadas culebras que entraron por su desencajada boca tan velozmente que él apenas pudo sentir un leve cosquilleo que interpretó como efecto de su esfuerzo. El público cercano a la primera fila, que lo había visto todo, gritaba, como gritan los niños en los guiñoles, pretendiendo avisarle de aquella invasión, mientras el cantante se dejaba engalanar por lo que él consideraba gritos de ovación e histeria colectiva rindiéndose ante su incuestionable talento. Calló, entonces, para coger aire; las culebras se le enredaron en la laringe y le bloquearon el paso y, por más que él aspiraba con fuerza, no entraba nada en su garganta. Su rostro se enrojeció y sus ojos se abrieron. Comenzó entonces a toser con fuerza, lo que removió a las culebras y le permitió apenas aspirar un poco de oxígeno. Impulsada por sus exhalaciones, cayó una de aquellas culebras al suelo. El cantante la miró, horrorizado, y a continuación miró al público, que ya huía hacia las escaleras de salida sintiéndose perseguido, tapándose la boca y la nariz para evitar ser el siguiente.

Y allí quedó, solo, mudo y ahogado, en el suelo.

1 comentario: