EL VUELCO

El doctor leía una revista despreocupadamente cuando entró aquella señora. Iba acelerada, sudorosa y despeinada, pero al mismo tiempo tenía un destello de calma en su mirada, sus ropas estaban perfectamente planchadas y lucía muy elegante. Se sentó, desplomándose, pero no, se levantó como si la silla quemara y comenzó a pasear por la habitación. El doctor, tras observarla intentando encontrar su oportunidad para siquiera saludar, esperó un poco más y apenas pronunció un “buenos” cuando ella ya le había interrumpido.

–Ayúdeme, doctor, no puedo soportarlo más –dijo, volviendo a desplomarse sobre la silla y volviendo a levantarse de nuevo para pasear por la habitación.
–Cálmese, señora, así no puedo hacer un análisis –respondió el doctor. De pronto, como imbuida por sus palabras, la mujer se calmó y se sentó, esta vez despacio, como posándose sobre la silla.

El doctor dejó pasar unos momentos de silencio ante él, disfrutándolos, procurando alojarlos en su memoria por si pudiera necesitarlos en previsión de un posible nuevo ataque de agitación.

–Cuénteme qué le ocurre –dijo.
–Ahora mismo nada –respondió, ante la mirada atónita del doctor–. Quiero decir que sufro episodios pero en este momento estoy bien.
–¿Qué tipo de episodios?
–Son episodios extraños. Es algo que no puedo explicar, como si me invadiera un yo contrario a mí que hiciera y pensara al revés que yo. Mi yo contrario choca con mi yo ordinario y eso me crea un estado de agitación que al mismo tiempo me ayuda a tranquilizarme.
–¿En qué consisten los episodios? Me refiero a cómo nota usted que se producen. ¿Le duele la cabeza, le sube un sudor desde el pecho, sufre algún tipo de picores?
–Oh, no, doctor. Sé que va a ocurrir porque es cuando más convencida estoy de que no ocurrirá. De hecho es posible que ahora… Áste ay –dijo finalmente, mientras se levantaba de un sobresalto.

El doctor, tras escuchar ese “áste ay”, permaneció un instante pensativo. La mujer había comenzado ya a pasearse por la habitación. Entonces el doctor abrió un cajón del que extrajo un espejo de tocador y se lo tendió a la mujer quien, al acercárselo, se calmó por completo y pudo volver a sentarse.

–¡Vaya, muchas gracias, doctor! ¡Gracias! –dijo, sentándose de nuevo en la silla con delicadeza–. Qué tontería esto del espejo, parece mentira pero se me ha quitado por completo. ¿Cómo…?
–Señora, lo que tiene usted se llama palindromosis. Por algún motivo, algún movimiento brusco, algún momento impetuoso que la haya alterado de modo repentino o algún tipo de sacudida, su cerebro se ha dado la vuelta dentro del cráneo y ahora tiene dificultades para adaptarse a su nueva posición. Por ese motivo a veces se comporta al contrario de lo que se espera de él. La única solución es mirarse en un espejo. De este modo su cerebro, al ver las cosas al revés, las percibirá correctamente y volverá a la normalidad.
–¿Y no podría solucionarse con otro movimiento brusco que vuelva a situar mi cerebro en la posición correcta? –respondió, ruborizándose.

El doctor la miró y sonrió con picardía. Ella lo miró a él con esa misma sonrisa, aún con el rubor en sus mejillas. Entonces se levantó, sin soltar el espejo, y comenzó a quitarse la ropa. El doctor se acercó hasta la puerta para echar el cerrojo.

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