LA FORJA DE UN ASESINO

En el supermercado se sentía extraño, fuera de su hábitat, incómodo, de modo que nunca iba a comprar. Pero Jenny llevaba casi un mes sin ir a trabajar, convaleciente tras una operación de útero sobre la que no había querido conocer más detalles sino aquella desagradable consecuencia. La casa estaba desordenada y sucia y su nevera casi vacía. Llamó a la casa interesándose por su estado. Mierda, aún le quedaba otra semana como mínimo. Le mintió diciendo que estaba bien, que se había organizado para sobrevivir sin ella, y le hizo prometer que volvería cuanto antes. Ya llevaba varios días pidiendo comida por teléfono y estaba harto. De modo que finalmente decidió ir a comprar al supermercado.

Como no sabía por dónde empezar, decidió seguir a una de las mujeres que acababan de entrar y hacer la misma compra que ella. Después ya se le ocurriría cómo preparar esos alimentos para hacerlos realmente suyos. De modo que ahí estaba él, con aire disimulado, detrás de la mujer, escogiendo cada producto idéntico al que ella escogía. Al principio la mujer no reparó en su presencia, pero al cabo de un rato comenzó a mirarlo con desconfianza. Él miraba hacia otro lado y fingía interesarse por cualquier producto que tuviera enfrente. Poco a poco la mujer fue alterando su gesto, que pasó de distraído a aterrorizado. Finalmente fue a la caja, casi precipitándose, probablemente olvidando algo, y él, más impaciente por acabar de una vez que por ser descubierto, se colocó tras ella, visiblemente alterada, con el rostro enrojecido y las manos temblorosas. Nada más pagar, como si hubiera escuchado el disparo de salida de una maratón, dio un salto y se alejó a la carrera. En ese momento fue cuando, por algún motivo, él sintió ese deseo de continuar con su idea más allá de su origen, que era sencillamente hacer la compra, para comenzar una persecución. Pagó y salió detrás.

La mujer caminaba a toda velocidad con sus bolsas, mirando hacia atrás constantemente. Corrió un poco para no perderla, pero no se molestó en camuflarse. Le importaba muy poco que ella se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo y sintió una extraña excitación al leer en su rostro al asesino que ella estaba imaginando. La mujer dobló la esquina; él corrió hacia ella para no perderla y al llegar pudo ver como se cerraba la puerta de un portal.

Llegó a tiempo de meter el pie y evitar que la puerta se cerrara. Dentro, la mujer, mirando hacia la puerta, llamaba compulsivamente al ascensor. Cuando él entró, ella soltó las bolsas, que se estrellaron contra el suelo, dejando un eco de vidrios rotos. Estaba paralizada por el terror y eso aumentó su excitación más allá de lo imaginable. El ascensor paró y se abrieron las puertas. Ella lo miraba a él sin atreverse a nada; entonces él la empujó hacia dentro y entró tras ella con sus propias bolsas, dejando las de ella en el suelo. La puerta del ascensor comenzó a cerrarse, pero él puso el pie y le preguntó, rotundo: “¿Piso?”. Ella tartamudeó: “Se... seis”. Pulsó el botón y el ascensor comenzó a subir. Dejó las bolsas en el suelo suavemente, se acercó a ella y pulsó el botón de parada. Ella se sobresaltó, pero no dijo nada. Él se acercó y la besó en la boca; ella cerraba los ojos como si alguien estuviera a punto de estallar un globo a su lado. Sin dejar de besarla, rodeó su cuello con las manos y empezó a apretar fuertemente. Ella empezó a toser contra su boca. Eso le excitaba aún más. Siguió apretando y ella subió las manos y le agarró de las muñecas como si quisiera apartarlo, pero suavemente, sin fuerzas.

Cuando ella soltó el último aliento él se dio cuenta de que había tenido una erección y ahora el pantalón estaba manchado. Al salir, tuvo que taparse los pantalones con las bolsas de la compra.

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