EL DOLOR Y LA FUERZA

Man sube las escaleras y llama a la puerta de Lu. Escucha el arrastrar de unos pies hasta la puerta y después se hace un silencio. La luz de la mirilla se oscurece, dando paso a un brillante iris azul que él puede percibir desde el otro lado, lo que le impulsa a saludar levantando la mano. El silencio continúa durante un rato. Man llama de nuevo. Desde el otro lado se escucha, como si gritase susurros, la voz de Lu que dice “vete, vete, no puedo abrirte”. Pero Lu, ábreme, ¿estás enfadada por algo? No, no, no puedo abrirte, pero no es por eso. Es por la gripe, susurra a gritos Lu, ¿y qué?, balbucea Man y Lu permanece en silencio un rato y luego le responde, ya te lo explicaré, pero ahora vete, por favor, no, Lu, ábreme, si estás enferma yo te cuidaré, no, Man, no voy a contagiarte, vete por favor. El silencio vuelve, Man permanece en la puerta mirándose los pies mientras Lu escudriña el exterior por la mirilla. Man se gira y sale del campo de visión de Lu, se escapa por la parte izquierda del circulito; Lu permanece aún un momento mirando ese ángulo por si adivina a Man aún esperando a que abra, porque ella intuye bien, Man está ahí mismo, solo ha dado dos pasos y ha bajado un escalón precisamente para salir del campo visual de Lu, pero no quiere marcharse, quiere esperar a que ella abra para comprobar si se ha ido para entrar, de modo que se da la vuelta y permanece en posición de salida, preparados, listos, ya, por si ella abriera la puerta, para tener tiempo de empujarla y entrar, pero Lu no parece que vaya a hacer nada, no sé, ha pasado un rato y no sale, Lu aún está mirando y entonces Man vuelve a aparecer, pero ella se retira corriendo de la mirilla para que él piense que ya no está ahí, aunque Man la ha visto, ha visto como la mirilla a lo lejos pasa de ser negra a ser un puntito de luz, de modo que sigue ahí, piensa, y vuelve a desaparecer, esta vez llega a bajar un piso ruidosamente para luego volver a subirlo sigilosamente, sordamente, y volver a colocarse de nuevo en posición de salida, desde ahí no llega a ver la mirilla para saber si Lu sigue ahí, lo que en el fondo es mejor porque si él ve la mirilla ella lo vería a él a través de aquella, así que se queda en silencio esperando y Lu por supuesto sigue ahí y ha vuelto a su posición de vigilancia, comprobando después de escuchar los zapatos de Man bajando las escaleras que ya no hay ni un solo ruido, y siente la tentación de abrir la puerta, no, no, no la abras, dicen los vecinos, curioseando tras la puerta, no, no, no salgas, dice el público en la sala de cine, no, no, no lo hagas, dicen los niños sentados frente al escenario del guiñol, pero ella no escucha al público, ella nunca escucha al público y pone la mano sobre el pomo y se apoya sobre él hasta que el pomo baja y todo el público es un clamor de gritos y “noes”, pero Man ya ha empujado la puerta y está entrando bruscamente, así que no quieres que entre, zorra, dice mientras la abofetea hasta caer al suelo, cómo te atreves a fingir una enfermedad para no verme, cielos, no me pegues más, por favor, yo no soy, eres tú, me estás provocando, joder, yo he venido a verte de buenas maneras y me sales con una puta gripe, ¿es que crees que soy imbécil? No, no, de verdad, no sé qué me ha pasado, perdóname. Anda, lávate la boca que tienes sangre y parece como si te hubiera maltratado, qué exageración, y el público está gritándole ¡hijoputa, pues claro que la has maltratado!, y ella entra a lavarse y lo ve reflejado en el espejo y se asquea, y él le dice no me mires con esa cara empujándola contra el lavabo y golpeando su cara contra él, y ella siente un profundo dolor atenazándola y así agachada ve la escobilla del baño en su soporte de hierro y el público piensa lo mismo que ella y la anima, venga, dale un buen golpe, pártele el cráneo, mátalo, es un cabrón, dale, sé dura, atácalo, pero no puede, no puede, lo siente mucho, no tiene fuerzas, sería peor, eso le enfurecería más, ella lo sabe, se siente débil, se derrumba y llora.

Man recoge la toalla que ha caído al suelo con ella y la levanta. Con una inexplicable ternura la lleva del brazo hasta la cama y la acuesta. Suavemente besa su frente coloreada por la marca del golpe contra el lavabo. Anda, duérmete un rato, a ver si va a ser verdad que no estás bien, siento lo que ha pasado, haberte golpeado, lo siento, a veces pierdo los estribos, tengo que aprender a controlarme, te quiero. Ella sabe que todo ha pasado por hoy y respira aliviada.

Y así una y otra vez. Un día tras otro. Hasta que la muerte los separe.

1 comentario:

  1. Me ha gustado como lo narras, pues al principio no se adivina que les pasa a ambos personajes. Es el episodio 10.000 de un maltrato que no acaba, un día mas de indefensión, de humillación... Cuanto sufrimiento se respira antes y después del episodio, cuanta soledad...

    Paula

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