LA FALLIDA ESTRATEGIA DE LEILA

Leila terminó de repasar los últimos detalles de su cena; comprobó el mantel, las servilletas; miró las copas al trasluz buscando la marca de un dedo o cualquier otro tipo de mancha que se le hubiera podido escapar; revisó los platos, los cubiertos, recolocó las flores, alineó las sillas con la mesa, se aseguró de haber colocado las velas y el encendedor. Miró el reloj: ya eran casi las ocho. Escuchó al cuco cantando en la casa vecina. Escuchó el ascensor parando en su piso y la puerta abriéndose. Escuchó los pasos hasta su puerta. Sonó el timbre.

-Hola -dijo el vecino del primer piso-. Traigo el recibo de este mes. ¿Vengo en mal momento?
-Oh, no, pasa, pasa -le respondió Leila-. Estoy esperando a mi novio pero no te preocupes, llegará tarde; siempre le pasa.
-Puedo venir en otro momento -insistió.
-De verdad que no, no es necesario, pasa. ¿Quieres una cerveza?
-Pues yo… No quiero molestar.
-No, hombre, no molestas. Toma, así me entretengo mientras tanto. Voy a buscar el dinero. Pasa, venga, siéntate, no te preocupes.

Desapareció tras una puerta. En ese momento sonó el teléfono. El vecino la escuchó hablar, sentado incómodamente en el sofá y agarrando pesadamente su cerveza.

-¿Sí? Hola, cariño. ¿Cómo? Pero tengo todo preparado, ya está la mesa… ¿Qué? ¡Cariño, no puedes…! Quiero decir, sí, sí puedes, pero yo… No entiendo nada, no sé a qué viene esto. ¿No puedes venir y hablarlo? ¿Lo sientes? ¿Cómo que lo sientes? ¡Yo lo siento! ¡Vete a la mierda!

El vecino escuchó un pitido indicando que Leila había colgado el teléfono. Hubo un momento de tensión y silencio en el que él se levantó y allí de pie miró a su alrededor buscando dónde dejar la cerveza. Entonces ella salió.

-Perdona, me han llamado por teléfono -le dijo.
-Ya -respondió el vecino, por decir algo-. Si quieres, mejor vengo en otro momento -añadió.
-Oh, no. Verás -le miró fijamente a los ojos-, era mi novio. Acaba de dejarme, así, de repente, sin venir a cuento, con la cena preparada.

El vecino estaba visiblemente nervioso.

-Yo… Tengo que irme, lo siento -dijo empujando la cerveza hacia sus brazos y saliendo tan rápidamente de allí que casi cerró la puerta de un portazo.

Leila se quedó mirando la puerta con la cerveza en una mano y el teléfono en la otra. Bajó la cabeza y se sentó en una de las sillas. Marcó un número.

-Hola. Tu idea para ligarme al vecino no ha funcionado, ha salido corriendo. ¿Y ahora qué coño hago con la cena? -reprochó a su amiga.
-Yo iré a comérmela contigo -le respondió ella riendo.

1 comentario:

  1. Tan cercana como siempre Luzazca de mi vida.
    Tan divertida.
    Tan entrañable.

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