JUEGOS PROHIBIDOS

Entró en el baño. El agua estaba muy caliente, pero era el modo de aguantar más tiempo y su cuerpo se habituaría rápidamente a la temperatura. Fue muy despacio metiendo primero los pies y agachándose después lentamente hasta estar de rodillas en la bañera, donde fue echándose hacia atrás hasta deslizar su cabeza para apoyarla en el borde. La espuma cubría la superficie. Cerró los ojos, acercó el vaso hasta ella y bebió un sorbo. La música de los violines sonaba alta y nítida, limpia y espléndida en aquella habitación llena de sonoridad. Con los ojos cerrados, se dejó llevar por las notas que dibujaban preciosas líneas altisonantes. Su hermano menor entró en la habitación. “Perdón”, dijo, pero ella, que no pareció oírle, permaneció con los ojos cerrados, ignorándolo. Se sentó en el inodoro y la miró. Su cuerpo desnudo se adivinaba bajo la espuma. De pronto descubrió que cuando tomaba aire sus pechos sobresalían sobre la espuma y se quedó un rato mirando, dejándose llevar, olvidando por un momento su consanguinidad para hallarse frente a un cuerpo de mujer cualquiera. Los pechos emergían, para volver a ocultarse de nuevo. El resurgir de los senos entre la espuma despertó toda su sensualidad. Muy despacio, tan lentamente que no era posible distinguir la diferencia entre un momento y el momento siguiente, el chico acercó la mano a los pechos de su hermana y deslizó los dedos sobre ellos. Su hermana continuó ausente, absorta, con los ojos cerrados y sin apenas moverse únicamente para respirar y permitir que los dedos de su hermano jugueteasen ya con sus rosados botones. El chico notó su excitación y se miró al pantalón, interrumpiendo por instante su movimiento; continuó después, suavemente, jugando en silencio, hasta que sintió el impulso de seguir hacia abajo, explorando, y deslizó levemente la mano, pero su hermana, sin abrir los ojos, se metió hacia adentro, dejando su mano flotando, lo que le sugirió que quizá estuviera yendo demasiado aprisa. Durante un momento sacó la mano y esperó. Su hermana volvió de nuevo a elevar su respiración, quizá aún más que antes, de modo que sus pechos ahora salían enteros en cada inspiración. El chico volvió lentamente a deslizar de nuevo la mano y a acariciar a su hermana lentamente, suavemente, hasta que las inspiraciones fueron algo más fuertes y empezó a salir más aún el cuerpo, el ombligo por encima de la espuma, y las piernas de su hermana se abrieron y ella levantó las rodillas; el chico entonces leyó las señales y esta vez sí deslizó la mano sin interrupciones, llegando hasta su sexo, hundiendo los dedos con la mano derecha mientras la izquierda buscaba entre sus pantalones, y su hermana ya respiraba entrecortadamente, lanzando placenteros suspiros, elevando todo su cuerpo con las respiraciones hasta sacar fuera del agua todo su ser, hasta dejar a su hermano manejarla a su antojo y arrancarle un exclamado orgasmo que irrumpió en la habitación al mismo tiempo que el chico, desde su mano izquierda, se abandonaba igualmente al éxtasis.

Su hermana, sin abrir los ojos, apartó su mano y, con un tono seco y autoritario, le dijo:
-Sal de aquí. Y nunca, NUNCA –recalcó- hables de esto con nadie.
-Lo sé, lo sé, lo sé. Lo siento –respondió él-, lo siento, perdón -Y salió corriendo de la habitación.

Nunca hablaron de ello. Los dos sabían que era una conversación para la que nunca existiría el interlocutor adecuado. Y nunca más se encontraron en la bañera. Ella siempre echó el cerrojo a partir de aquel día. Sin embargo, el chico recordó lo ocurrido toda su vida. Y a veces, algunos días, no solo lo recordaba, sino que se regodeaba haciéndolo; se entretenía con cada imagen, con cada movimiento, con cada suspiro. Y esas veces no podía evitar llevar su mano al pantalón para revivir aquel intenso éxtasis.

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