LA PEQUEÑA JULIE

Carlos y Alberto salen al patio hablando entre murmullos.  Mientras hablan, levantan los brazos, se agarran fuerte a la cuerda de tender la ropa y levantan, casi al unísono, los pies de un salto hacia delante, balanceándose después hacia atrás hasta pasarlos por encima de la cuerda, doblando las piernas para colgarse de las rodillas y, encajando los pies en la cuerda más lejana, dejándose caer después cabeza abajo, colgados, suspendidos. En sus movimientos coordinados, resueltos y decididos, se adivina que están habituados a hacerlo. Vistos así, con los cabellos colgando y la cabeza apuntando al suelo, parecen monigotes peinados con los pelos de punta, como el colgado del tarot. Continúan susurrando:

—Inderclane mereta ureguía.
—Antre emo resi, zaracart.
—¿Resi?
—Reska, excudi.
—Mingoleti merio mocho, ¿cascre eri?

La pequeña Julie se asoma a la ventana hasta sacar medio cuerpo fuera, lo suficiente para alcanzar a ver, en el piso de abajo, sus balanceantes cabezas.

—¿Por qué habláis tan bajito si nadie entiende vuestro idioma?
—Porque no queremos ofender a los que no nos entienden —responde Alberto.
—¿Y cómo los vas a ofender? ¡No te entienden!
—Precisamente, Julie, precisamente.
—La ofensa más grande no es la que se escucha, sino la que se imagina —aclara Carlos.
—Estemaris meusina enda rescuti —dice de pronto la pequeña Julie, descubriendo su habilidad para aprender idiomas inventados con el deseo de ser ininteligibles.

Carlos y Alberto dan un respingo y caen al suelo.
—¡Berizos! —les grita Julie riendo.

1 comentario:

  1. Nadie como los niños para inventar idiomas.
    Les fascina.
    Nos fascinaba.

    Adelante Lucía, antes de que te canses y dejes los minirelatos como las cabezas de los niños.
    Colgados.

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